Esta noche millones de criaturas -cada vez
de menor edad- van a renovar el rito milenario de la curiosidad y de la espera
en un marco de tierna inocencia.
Esa paciente expectativa tendrá como siempre
su costado tenso, nervioso, sumida en cabeceos de sueño, despertares de un solo
ojo, fisgoneo por el misterio y sospechas por alguna recóndita y a veces
guardada certeza.
Será la noche en que los mayores escondan
más nervios y ansiedades que los pequeños, por eso que todos aunque tengamos
más pasado que futuro, guardamos un niño que duerme con los ojos gachos pero
abiertos adentro del alma.
Me viene al recuerdo la noche, cuando
juntábamos el pastito para los camellos y preparábamos la jarra de agua para
Melchor, Gaspar y Baltasar.
Aceptábamos como nunca, la orden de irnos
temprano a la cama… y dormir. Era el ansiado ritual de la fantasía, porque
sabíamos que tendríamos un despertar de trompos, fútbol con tientos, autitos
Matarazzo o un ovillo de hilo para el barrilete.
Ellas el muñeco malcriado, la pepona o el
juego de ludo para pelear con los hermanos.
Los tiempos han cambiado.
Las cartas que antaño enviábamos con el
pedido, interceptadas por los padres, eran el camino que las llevaba hacia el buzón
de los milagros.
Ahora, que los chicos las mandan por
Internet desorientan a cualquiera, para sumirnos en una especie de
incertidumbre cibernética: no sabemos si pidieron una laptop, una play station,
un reproductor de MP5, un celular satelital o un secreto abono a un canal de TV
para mayores.
Gracias a Dios y al progreso los reyes ahora
vienen en 4x4, vehículos responsables de un masivo camellicidio.
La de hoy y como siempre lo fue, es la noche
universal de la magia.
Que a nadie se le vaya a ocurrir destruir en
los esperanzados, ese secreto que hasta que abandonamos la niñez fue parte de
nuestras ilusiones.
Si todavía -y no me lo niegue- recordamos cuando
hurgamos en la bruma de los tiempos, haberlos visto a los tres, entre sueños,
entrando y saliendo de casa.
Cómo seremos de nostálgicos, que entonando
un himno al pasado nos arriesgamos a dejar nuestros zapatos, zapatillas,
chinelas o esos otros engendros plásticos, con la seguridad que algún Rey Mago
celestial o terreno, nos haga recordar que pese a los años, algo tenemos de
aquel lejano niño.
Gonio
Ferrari
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Su comentario será valorado