DOS MUERTES Y UN
MISMO DOLOR
Este comentario apareció en el mismo espacio uno
y dos años atrás. No perdió su
llamativa actualidad:
Fueron los
trasnochados del infame onganiato los
artífices de un reiterado quiebre de
nuestro sistema
democrático. Y fue la versión delirante de aquellos
enemigos de la verdad, mano impune que
empuñó
un arma para encubrir la atrocidad de la Amia y los
grises vericuetos de la sospechosa política interna.
Suena poco oportuno tan siquiera intentar un paralelo
entre las vidas de un monumento a la decencia como lo fuera el Dr. Arturo Umberto
Illia, ex presidente argentino, con el desafortunado final del Dr. Natalio
Alberto Nisman, Fiscal de la
Nación , investigador de la causa Amia y de varias denuncias
contra la ex primera mandataria Doña Cristina Fernández de Kirchner.
La única coincidencia en lo aparente, es la fecha de los decesos: Illia
el 18 de enero de 1983 y Nisman el 18 de enero de 2015, una distancia de 32
años en la cíclicamente convulsionada historia de nuestro país, de las instituciones de la República y de su gente.
Illia, hijo de un matrimonio de tanos, había nacido en Pergamino,
provincia de Buenos Aires pero por elección, convicción y compromiso se había
radicado en Cruz del Eje donde ejerció como médico, visitaba a sus enfermos,
les llevaba medicamentos que compraba con dinero
de su bolsillo y fue siempre
enemigo de las ostentaciones, aparte de no contar con bienes que las justificaran.
Su carrera política lo llevó a la Presidencia de la Nación , encaró medidas de
fondo que afectaron a ciertas corporaciones, comentando entonces “No les tengo
miedo a los de afuera que nos quieren comprar, sino a los de adentro que nos
quieren vender”. Y el poder militar de entonces le bajó el pulgar con la cínica
actitud de Juan Carlos Onganía y su pandilla.
Nunca existió tamaña libertad de expresión y de opinión como en el
gobierno de Illia, quien debió soportar más allá de los insultos la mofa permanente,
cruel y despiadada que aludía a su lentitud provinciana.
Pero no cerró ningún diario, no censuró a ningún periodista, no acalló
ninguna radio, no cuestionó a la TV
desde donde era atacado sistemáticamente y alguien debe recordar las contadas ocasiones
en que utilizó la cadena nacional, hasta el punto de sostener que “Una nación
está en peligro cuando su presidente habla todos los días y se cree la persona
más importante del país”.
Lo derrocaron porque los facciosos sabían que Illia no propiciaría en
defensa de su cargo, el enfrentamiento entre compatriotas civiles y militares.
Y se fue de la Presidencia
con lo mismo que había llegado, para lo que basta leer su declaración de bienes
al ser despojado de su cargo: ni propiedades más allá de su casa, ni hoteles,
ni aviones, ni automóviles, ni bóvedas con efectivo, sociedades sospechosas, testaferros,
prestanombres, acciones en el exterior o depósitos ocultos.
Fue un ejemplo de honestidad y modestia sin altisonancias ni falsas
posturas: un demócrata por excelencia que dejó a su familia al margen de las
cuestiones políticas aunque no pudo evitar que dos de sus hijos después las
abrazaran con pasión y la misma heredada decencia.
Hablar ahora de Natalio Alberto Nisman no llevará tanto tiempo ni tantas
palabras por lo reciente de su actuación y lo fulminante de su no querido adiós
porque todo indica que la teoría del suicidio se derrumba, cuando se van
conociendo algunos pormenores que en nada contribuyen a sostenerla.
Lo penoso -sumado a una muerte injusta y terrible- fue el escenario que
se armó para presentar la autoeliminación ilógica y escasamente creíble, de un
funcionario judicial de elevado rango que se aprestaba a escribir una página
memorable en su carrera.
Las amistades y los compromisos ideológicos -internos e internacionales-
de nuestro gobierno saliente son parte del ADN de esta historia de intrigas y
presiones que sin embargo, dan para pensar que no alcanzaban para crearle a
Nisman un pánico escénico que lo llevara al suicidio.
Pero lo mismo lo suicidaron al amparo de una tenebrosa trama política y
judicialmente sometida a “tropa adicta”, apoyada en la inhumana descalificación
del muerto que no se podía defender, en las dudas que se urdieron incluso
acerca de su vida sexual y que nunca, ni siquiera por mandato protocolar, haya
surgido del gobierno el más mínimo mensaje de condolencia hacia sus hijas y
toda su familia.
Más allá de la insigne cobardía de atacar al indefenso subyace el
agravante de la eliminación de pruebas, de la manipulación de testimonios, de
la oscuridad en el procedimiento inmediato a su muerte, todo en manos de
quienes en pocas horas más debían responder ante la Justicia por los cargos
que formulara, precisamente, el Fiscal Nisman.
Duele la coincidencia de la fecha, en dos casos tan distintos.
Nisman no puede acusar y tampoco
defenderse.
Lo apretaron en vida y lo acallaron con la muerte.
Illia ya es una de las partes más tiernas de nuestra historia.
¿Será por eso que se lo extraña y necesita?
Gonio Ferrari
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