Desgrabación de los comentarios del periodista Gonio
Ferrari en su programa “Síganme los buenos” del 29-11-15 emitido por AM580
Radio Universidad de Córdoba.
SOMOS
PARTE DE LA HISTORIA
Ya está.
Ya pasó.
No me vengan ahora con aquello de “Ni
vencedores ni vencidos” porque a los vencedores antes de la batalla ya los
daban por muertos, empachados de votos y humillados por lo que se sostenía
desde la prepotencia y el autoritarismo, que la revalidación de títulos era
nada más que un trámite.
Si bien no
es elegante pegarle a nadie en el suelo, el morder el polvo de la derrota suele
fortalecer a la gente de convicciones que restaña sus heridas y se prepara para
la próxima batalla, por la que deberán esperar un tiempo apostando al fracaso de
una gestión condicionada por los escollos que los políticos berretas sembraron
en el camino de la alternancia.
Es cierto
que ha ganado la democracia, demostrando que el aparato estatal con sus
enormes
ventajas, la máquina de imprimir dinero y el abuso de los medios periodísticos
oficiales no es invulnerable y para vencerlo sólo hace falta un pueblo
conciente de haber perdido los miedos, esos miedos que nos acosaran en los
tristes años de las dictaduras que hemos sabido padecer.
Pero ese
otro miedo, el implantado en nombre de la democracia, es el más dañino y ruin
porque pretendieron inocularlo en los sectores más postergados; en los
dependientes del subsidio o del plan; en aquellos que de verdad han sido
víctimas de un Estado abandónico que optó por el asistencialismo salvaje y
desmedido en reemplazo de la creación de fuentes de trabajo, al menos para
preservar eso que se llama dignidad.
Los que
perdieron deberán ahora, más que buscar responsables del fracaso -que son harto
conocidos- esmerarse en cumplir con la breve transición sin delirios de
venganza como lo anunciaron los intolerantes que nunca faltan, escudados en su
temporaria fortaleza de cartón.
El
pueblo se ha expresado.
Vox pópuli,
vox dei.
Ahora más que nunca.
EL
CURIOSO CASO CORDOBÉS
Es llamativo que un mes
atrás, el peronismo haya sostenido la gobernación cordobesa y este último
domingo, el candidato kirchnerista ataviado de justicialismo, haya caído en la
provincia, con el mismo electorado, por un sugestivo 70 por ciento a 30.
No le busquemos la quinta pata al gato: los
números son infalibles pese a ciertos manejos sospechosos impulsados por la
desesperación de último momento, al ver diluirse el poder, morir las prebendas
y oscurecerse el futuro.
Fue claro el grito de esta Córdoba jetona y
postergada que no se arrodilla: en lugar de aquel vetusto “que se vayan todos”,
el clamor hecho urna fue “que se vayan ellos”.
Pero antes de entregar las valijas al
changarín de la historia, la cúpula nacional deberá cumplimentar lo que tanto
esperó el gobierno de Córdoba agobiando a sus jubilados con la penosa, injusta
y prepotente demora de liquidarles los aumentos por 6 meses y la aplicación de
la tasa vial a los combustibles, razones por las cuales aquí todo es más caro.
Es
para rogar que más allá del merecido festejo delasotista, por ganar el
equivalente a los premios del Quini 6 y el Loto durante un año todas las
semanas, se cumpla con la promesa precomicial de restablecer la inmediata
normalidad en esos dos aspectos.
El
inventor del cordobesismo, atacado impiadosamente desde Buenos Aires donde lo
acusan de haber traicionado sus ideales, seguramente se inclinará por hacer
cumplir eso que el promesómetro tantas veces anunciara aunque partiera del
Gringo Schiaretti, inminente gobernador.
Quienes cuestionan como inoportuno el fallo
de la Corte Suprema ,
sin dudas no están acosados por las urgencias que desvelan a los jubilados, ni
la indignación de los cordobeses que deben rendir culto al remiendo cada vez
que cargan combustibles.
Y si califican la sentencia como una factura
póstuma que la Justicia
desde su pináculo le pasa a los salientes, es porque reconocen -tardíamente
reconocen- que cometieron una iniquidad contra las provincias que no se
arrodillaron ni arriaron sus banderas del desoído reclamo.
La humillación al prójimo tiene su precio,
sus consecuencias y la comprensión de la sociedad, al menos de la tantas veces
ofendida.
SOLO
ODIAN LOS MEDIOCRES
Es patético el caso de la inquilina de
Olivos, porque esconder la realidad es instaurar el rencor, ya que si la
transición no es honesta, generosa y transparente es porque la gestión fue
oscura.
Es lógico pese a las diferencias ideológicas
que los separan, pensar en que quien deja el poder tiene la obligación al menos
ética y moral, de facilitar el acceso de quien lo venció, a los vericuetos de
la economía durante tanto tiempo encapsulada en dudosas estadísticas y cifras
poco creíbles.
La autocrítica avasallada por la altivez de
la soberbia, es la gran materia que los que se niegan a una despedida decorosa,
tienen pendiente con la sociedad.
En política los odios condenan al olvido y
en consecuencia la opción es olvidar a los rencorosos y que Dios les ayude en
la eludida manera de asumir errores.
Juan Domingo Perón, ex general de la Nación y tres veces
presidente de la Nación
por mandato popular, aquel “Potro” que de política algo sabía, supo sentenciar
inapelablemente: “Cuando los pueblos agotan su paciencia, suelen hacer tronar
el escarmiento”.
Y a veces ocurre que más allá de la
violencia que tiempo atrás utilizaron algunos de sus seguidores en tal intento,
la historia recordará que a veces, ese escarmiento tiene la pacífica y
democrática forma de votos, depositados en las urnas.
Perdonar ofensas y desplantes suele ser
atributo que actúa como distintivo de grandeza en quien asume esa postura y
también es vacuna contra la mediocridad.
Aunque Unamuno decía que “La última y definitiva justicia es el perdón”,
mucho tiempo atrás Shakespeare era terminante al sostener que “El perdón es
casi siempre el padre de la reincidencia”.
Los odios, los rencores, los perdones, los
olvidos y la historia nunca, jamás, se llevaron bien.
SIN
MIEDOS NI SILENCIOS
Uno de los primeros anuncios del presidente electo
fue el desmantelamiento del programa propagandístico 6-7-8 de la TV pública, con el agregado que
no se reemplazará por un 8-7-6 ni parecido, como homenaje a la libertad de
opinar sin ser considerado traidor a la patria, destituyente, cipayo o empleado
de Magnetto y de los medios opositores.
Y como todo indica que esa será política de
Estado, es para suponer que perderá su perniciosa vigencia esa curiosa
categoría del periodismo militante, muchos de cuyos cultores se marginaron y
creyeron marginarnos de la profesión para transformarse en intolerantes
mercenarios ideológicos del modelo gobernante.
Más allá del daño que le hicieron a muchos
colegas, es hora de continuar la vida sin odios, rencores ni ansias de
revancha, elementos disociantes que en los últimos años profundizaron
penosamente las diferencias entre los argentinos.
Es patético y denigrante que ahora, cuando
presienten el espanto de una previsible despedida y la caducidad del padrinazgo
político, exijan el respeto que nunca tuvieron por sus pares ni por la dignidad
de la profesión.
Aunque la generosa indulgencia imponga
clemencia a la hora del juicio de valores, ello no implica el olvido porque es
la memoria el componente más valioso de la justicia y de la historia.
Pueden ahora los trasnochados asegurar que
nadie cercenó la libertad de opinar y eso es cierto, pero siguió vigente como
elemento condicionante el perverso sistema de premios y castigos, de la mano de
una suculenta pauta publicitaria estatal que encumbraba a los aplaudidores y
sepultaba a los criticones.
Odio la futurología pero me encantaría en un
tiempo prudencial, poder comentar que nos sentimos libres todos los
periodistas; que hemos desterrado los miedos y los silencios; que no se rifa
nuestra opinión al mejor postor.
Será el tiempo de gozar la plenitud de la
libertad que no es ni fue graciosa concesión de ningún gobierno, sino que está
consagrada en nuestra Constitución como parte de esa maravilla de sistema de
vida, respeto y convivencia que es la democracia.
Quienes piensen que el autoritarismo, la
marginación y el odio son superiores, que suban a la máquina del tiempo y se
ubiquen dentro de la historia, en el lugar y el año que quieran.
Pero serán inexorablemente parte del pasado.
Porque el discurso único es un
intelectualizado disfraz con el que se viste la tiranía.
Es gracioso y desorienta
a la vez la desaforada queja del sindicato de municipales, acusando a Mestre y
su equipo de pretender crear una municipalidad paralela, cuando ellos, los
gremialistas, crearon una por su cuenta, que desde hace años pretende
cogobernar con la que eligiera la ciudadanía.
Más allá que a ellos no los eligió nadie, no
es la primera vez que se espantan frente a la posibilidad de ser controlados, o
que se tercericen todos los servicios que dejan de cumplir por sus reiterados
caprichos, que luego transforman en asambleas que les llaman informativas pero
que lisa y llanamente son paros encubiertos que perjudican a la gestión, pero a
la vez son una injuria a los vecinos.
La feroz interna que se vive en el seno de
la organización gremial se ha desplazado de su cauce intestino para trascender
en perjuicio hacia quienes, con sus impuestos, sostienen los elevados
estándares salariales de más de diez mil empleados que revistan en la comuna
capitalina.
Y el mandamás del sindicato, acostumbrado a
la prebenda de no trabajar, amparado en sus discutibles fueros sindicales,
necesita mostrar imagen de guerrero para tener el camino liberado hacia el que
puede ser su último mandato, antes de jubilarse, pero no como empleado
municipal sino como secretario general del gremio, al que conduce con dureza
desde hace más de tres décadas.
La ciudadanía cordobesa no merece asumir la
eterna condición de rehén, seguir siendo víctima de desplantes y amenazas o
asistir al reiterado festival del daño y la prepotencia que los malos empleados
protagonizan movidos por dirigentes que necesitan aparecer combativos.
Los reiterados y violentos ataques a la
libre circulación y los perjuicios que sufren bienes de la comunidad configuran
delitos y es hora que algún fiscal actúe de oficio frente a su consumación.
Poner límites a sus interminables reuniones
donde se les encienden los ánimos, es tan legal como el acto de justicia de no
pagarles por las horas que dejan de trabajar.
No se les prohíbe protestar, pero sí es un
deber exigirles respeto por los vecinos.
La libertad, definida por la Real Academia
Española como la facultad natural del hombre para obrar, hacer o decir
cuanto no se oponga a las leyes, reconocida por casi todos
los Códigos y enarbolada por toda organización defensora de derechos,
es hoy una garantía tan elemental como pisoteada.
Podemos considerar que la prisión preventiva
masiva aplicada en forma sistemática a los imputados en la causa del Registro,
constituye un grave atropello a este bien primordial en el que,
además del apresurado arrebato de la libertad ambulatoria sólo “por las
dudas”, subyacen mecanismos de presión, amedrentamiento o extorsión para
provocar la desesperación de hacer o decir lo que sea para retomar la vida
normal.
Una lógica de pensamiento indica que no
difieren mucho robar una cartera, apropiarse de un espacio ajeno o
arrancar la libertad en un minuto a un inocente.
Pero esto último reviste mayor gravedad
cuanto que proviene de quienes han sido investidos para administrar
Justicia y esta responsabilidad fue tajantemente marcada
desde afuera.
Los agravios a la libertad no pueden ni
deben tolerarse, ya que sin ese respaldo fundamental, cualquier sociedad está
condenada a desaparecer.