LA LEY DE LOS HOMBRES, LA JUSTICIA Y
EL TUMBERO SALVAJISMO CARCELARIO
Extramuros (y extrabarrotes)
son más diligentes y el penado puede terminar sus días diseminado en algunas
empanadas que sus compañeros de cautiverio, en un sangriento motín bonaerense,
obligaban a digerir a sus cancerberos.
O en casos más benévolos se
habla de poco esterilizadas castraciones, miembros propios en la propia boca,
empalamientos y obligado consumo de laxantes con posterior costura anal, ojos
extraídos de sus órbitas aunque lo más leve sea el desfile de presos en una
metódica y salvaje sucesión de penetraciones. Esos son los mensajes no tan
subliminales, parte de la realidad por un lado y del imaginario popular por el
otro a lo mejor como velada expresión de secretas intenciones personales y de
necesarios escarmientos.
Considerarlo o tratar de
“loquito con problemas siquiátricos” al asesino de Abril sería un inadmisible
regalo que haría de alfombra en su injusto camino hacia una impunidad
inaceptable, que consagre esa inocencia dudosa y maquiavélica que a veces
suelen conceder la fría y técnica complicidad de los que juzgan y la jurídica insensibilidad
de los que defienden.
Porque ni un irrecuperable loco
de remate podría aducir inocencia tras un hecho tan alevosamente sangriento,
perpetrado con aprovechamiento de la inocencia y luego la indefensión de una
víctima tan pequeña y vulnerable.
La Justicia está haciendo lo
suyo, en alguna medida condicionada por la benevolencia de las leyes, los
beneficios que recibe el condenado hasta quedar firme la sentencia y luego ese
incomprensible recorte de la sanción que libera a los lobos para que se harten
de reincidir, haciendo girar la rueda infinita e imparable de su propia
inclinación por el crimen, no modificada en su personalidad porque al no
recibir ningún tipo de apoyo que les modifique conductas, las cárceles son el
“master” del delito.
Reclamar el “ojo por ojo” es
darle la razón a Gandhi, cuando sostenía que adoptando tal criterio tendríamos
una sociedad de ciegos porque bajaríamos nuestros instintos de venganza al lodo
más inmundo, cuando lo correcto sería respetar los dictados de la ley. Pero si
esa ley “se malaplica”, se retacea o se acomoda a intereses que le son ajenos
en su espíritu, es que nos asombramos, sin derecho a esa sensación, porque los
castigos no alcanzan a redimir ni a lavar culpas.
Entonces está la alternativa
que la sociedad desprotegida viene reclamando: terminar drásticamente con
aquellos inhumanos especímenes irrecuperables por reincidentes o inclinados al
crimen, dejando de lado la morosa Justicia terrena, deplorando por tardía la
Justicia divina y aceptando como ejemplarizadora aquella Justicia tumbera,
sangrienta, despiadada y no menos criminal que lo que se condena.
Lo incomprensible de la
realidad es que la justicia humana es permisiva y vacilante, a la justicia del
más allá no la alcanzamos a ver, mientras que el salvajismo carcelario al día siguiente
aparece en los diarios, se escucha por radio y lo difunde la TV.
Cada uno es dueño de optar y
aceptar o reprobar cualquiera de estas salidas.
Ninguna de las alternativas
devolverá el fresco candor de Abril.
Pero su asesino, jamás de los jamases
volverá a matar.
Gonio
Ferrari
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