LA INDIFERENCIA, ESA
HERMANA
MENOR DE
TODOS LOS OLVIDOS
Cuando de símbolos se habla, los argentinos
no somos lo que se dice un ejemplo, porque enarbolamos nuestra Bandera si la
recibimos de regalo en alguna promoción, no cantamos el himno sino que hacemos
playback para lo cual Los Pumas y la Selección nacional de Fútbol son modelos
de lo correcto y lo absurdo -respectivamente- y ponernos una escarapela es para
los insensibles como si les violaran el corazón.
No pocos argentinos harían un papelón si les
pidiéramos, simplemente, que hicieran tan solo una somera descripción de
nuestro Escudo Nacional.
Esto no es un ataque de nacionalismo, sino
la enunciación de una realidad, que por lo general tratamos de pasar por alto
cuando somos mayores, porque al hacer memoria advertimos cuán pocos se ocuparon
de que sintiéramos en el alma los colores celeste y blanco.
Los intentos de la escuela no siempre se
ajustan a una normativa, o no alcanzan.
Es en el hogar donde se deben fortalecer los
lazos entre la persona y la
Patria en la enseñanza diaria, en lo cotidiano, en lo simple,
para no llegar a lo que ahora vemos, que se considera más a la bandera de un
partido político o al “trapo” de un equipo de fútbol que a nuestra Enseña Nacional
que merece respeto y reverencia, junto al homenaje a su artífice Manuel
Belgrano.

Suena ofensivo cambiar los días en que se
escribió nuestra historia porque es un insulto a la memoria, como suele
suceder, según caigan las fiestas cívicas, con nuestro ciclotímico almanaque.
Y por lo que se dice, para estimular el
turismo interno.
Tampoco se equivoca el pensador Jaime
Barylko al sostener que “El abanderado tiene sentido si se integra a todos los
elementos simbólicos. Hoy, las fiestas patrias son para lavar el
auto”.
Si a veces, duele ver tal indiferencia, que
es la hermana menor de esa otra imperdonable tortura a la que muchos le llaman
olvido.
¡Qué hermoso es sentir lo que se siente al
verla flamear!
Gonio
Ferrari
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