Suele ser menos doloroso haber perdido algo que extrañarlo; que saberlo remoto e inalcanzable por aquella rigurosa lejanía que imponen las distancias.
Ahora, en medio de la nada inhumana y un todo sangriento, abominable y ominoso, busco que los recuerdos sean el remedio para esta intromisión del espanto que me horroriza a cada instante; con cada muerto, con cada sufriente, con cada llanto silencioso de los que no pueden gritar.
También quiero gritar, pero no puedo.
Me gustaría llorar, pero el tiempo y las llamas son más vertiginosos que las lágrimas.
El miedo viene a la memoria sin que lo llame.
No es necesario convocarlo.
Viene solo, a paso firme, multiplicándose en cada duna.
Por allí, se llega a pensar que la hombría quedó también revolcada en un ayer cercano.
Lo de extrañar el tango, el himno o el dulce de leche, son solo imágenes que elaboran los insensibles, los huecos, los simplistas.
El cerebro y el corazón, esas máquinas que sirven para enamorarse y también para odiar, se estrujan de añoranzas y ausencias cuando la memoria nos mete olores, rincones y afectos en el centro del pecho.
Se extraña a los que amamos y a los que nos aman.
Extraño los abrazos.
Extraño las palabras.
Extraño las risas y la música.
Es tanta la desesperación, que llegamos a extrañar a los que nos odian, porque es una manera de estar cerca de ellos y por una cuestión geográfica, lejos de este horror.
El resto es literatura y presunciones idealizadas.
Nadie, en el mundo, podrá enseñarme jamás lo que es la nostalgia.
En pocas palabras, es una copa hecha añicos que te está desgarrando el alma.
Gonio Ferrari / Periodista argentino
(Frontera entre Irak y Kuwait, Guerra del Golfo, feb.1991)
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