EL PERIODISMO ES SIN DUDAS
LA PROFESIÓN MÁS
INVADIDA
A nadie se le ocurra pensar que son todas graciosas
delicias, jaranas, trasnochadas y disipación integral las que jalonan la vida
del periodista, al menos de aquellos amantes de la libertad y cultores del
compromiso con la sociedad.
La historia sigue cronicando que son las
primeras víctimas de los autoritarios, de los dictadores, de los fanáticos
fundamentalistas y de aquellos censores que los someten a barrotes o a
mordazas. Muchas veces son destinatarios de presiones de conciencia.
Tambien suelen ser mártires en los
conflictos armados que los muestran actuando en el frente, junto al máximo
peligro.
Entre nosotros, la genuina libertad de
expresión no es ni ha sido la generosa concesión de ningún gobierno, sino el
ejercicio de la tarea de informar y emitir opinión al amparo de la Constitución , de las
leyes y del sentido ético.
Los periodistas de ley no necesitamos que
nadie nos indique lo que debemos decir o nos impongan lo que debemos callar,
porque tenemos pensamiento y criterio propios, siempre que por la pauta
publicitaria o por conservar el puesto no vendamos nuestra honestidad
intelectual. Los periodistas de Córdoba sabemos que mientras impere el respeto
a los preceptos básicos y el pensar distinto no nos transforme en enemigos, no
habrá sombras que perturben la certeza absoluta de libertad.
Una libertad que no necesita padrinos ni
leyes que la regulen, la condicionen o la impongan, porque el único reaseguro
de gozarla radica en el simple respeto por la Constitución. Todo lo demás es
inútil y disociante pirotecnia y bien sabemos, los periodistas, que formamos
parte de una profesión impunemente invadida.
Invadida por médicos, actores, deportistas,
curas, rabinos, vedettes, manosantas, dietistas, funcionarios desocupados,
pitonisas, empresarios, modelos, abogados, economistas, corredores de autos,
políticos en decadencia, cocineros, vendedores de humo o mercaderes de grasa de
serpiente. Son ellos, los invasores, quienes reivindican la vigencia discepoliana
de la Biblia junto al calefón.
La base moral es el mejor reaseguro para
edificar desde allí la honestidad de informar, de opinar, de criticar o de
aplaudir. Solamente quienes la poseen se sienten libres y están en condiciones
de transmitir esa convicción de libertad que se fortalece día a día, solo en la
fragua del trabajo y no a través de ese engendro al que supieron llamar “periodismo
militante”, de donde surgía el falso y unilateral periodismo solamente
interesado en imponer autoritariamente su ideología y el hermético discurso,
por encima del sano y saludable disenso que es el mejor antídoto contra la
censura.
Porque
si hablamos de ese ultrajante agravio, tengamos presente que tal metodología de
amordazar, desde el fondo de la historia, ha sumido en el fracaso a todos
aquellos a quienes quiso servir.
Los periodistas nos hemos acostumbrado a
respetar los silencios ajenos y a no desertar de los propios. Confucio supo
sostener que “El silencio es un amigo que jamás traiciona”.
El de hoy es un dia propicio para renovar
íntimamente el sano compromiso de la honestidad a la hora de informar y los
votos de hacer prevalecer la legítima e innegociable convicción en el momento
de opinar.
En síntesis, cumplimos con nuestra vocación
de anoticiar a la sociedad sobre una realidad que no podemos modificar.
Y somos poética y asexuadamente hablando,
seres marinos que vivimos en tierra soñando con ser pájaros.
Gonio Ferrari
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