1 de julio de 2024

A medio siglo de la muerte de Perón

NO SON POCOS LOS QUE LE ENDILGAN LA
CULPA  DE  NUESTROS  MALES ACTUALES
 
   En aquel gris primero de julio de 1974 moría una parte de la vívida historia argentina para parir, simultáneamente, un mito que nos viene acompañando y así lo seguirá haciendo por los años y los años, que seguirá siendo utilizado por unos, bastardeado por otros, amado y odiado.
   Con sus iniciales banderas que abrevaran allá lejos y en el tiempo en la derecha europea, fue Perón quien primero aplicó masivamente esa desusada costumbre de la justicia social que produjo un saludable e inédito cambio en los argentinos.
   Tres veces elegido por abrumadoras mayorías para ocupar la más alta magistratura del país, supo industrializar y regalar progreso, ubicándonos para asombro de muchos, dentro de las principales potencias del mundo.
   En cuanto a otros aspectos de su vida o de su gestión, no son pocos los argentinos que le endilgan la culpa de los males actuales, de las crisis, de los desencuentros, de las caprichosas y en cierta medida incomprendidas variaciones ideológicas.
   No son pocos, asimismo, los que recuerdan pero prefieren no mencionar, aquellas amistades que lo rodearan, tan nefastas y nocivas de un extremo a otro como lo fueron Lopez Rega, Firmenich y algunos otros referentes del caos y de la violencia.
   Es probable que Perón sea el personaje histórico más controvertido; el que despierta pasiones y odios: el paladín de las lealtades para unos y el artífice de las traiciones para otros.
   Y como si se quisiera cubrir una parte de la historia con un manto no siempre piadoso, es imposible borrar de sus páginas que antes que político, fue General de la Nación.
   Así las cosas, sin pretender ser reduccionista, se me antoja que de ninguna manera se lo puede soslayar como padre de un movimiento inicial, que con el tiempo se transformó en religión, en culto, en fanatismo. Por eso llama la atención eso que ahora rodea su memoria, que es ese fantasma parecido al olvido.
   Asombra en gran medida que sus retratos ya no son tantos.
   La marcha casi no se canta, porque ahora al capital no hay que combatirlo, sino acostumbrarnos a convivir con él.
   Los principios sociales se ven eclipsados por el clientelismo, la dádiva, la beca a la vagancia, el aliento al subsidio, el dudoso enriquecimiento de muchos dirigentes gremiales y otros irritantes detalles. Pero no me parece justo, en estricto y merecido homenaje a la historia, que no haya tantos actos recordatorios que exalten la figura y la memoria del tres veces presidente, hoy a medio siglo de su muerte.
   Porque a veces la superficialidad ideológica, la ambición desmedida, la apropiación de consignas y banderas y la vocación por la impunidad de los vivos, suelen ser más fuertes que el respeto por los grandes muertos. Bien sabemos y así lo sentimos íntimamente que se los puede endiosar, se los puede odiar, pueden ser ejemplos o pésimos modelos a evitar.
   Pero olvidarlos, en honor a la historia y por respeto a la memoria, no deja de ser una inmerecida injusticia.

                                                                                              G.F.

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