DE
LA CORDURA A LA HISTERIA Y
LOS
DELIRIOS PERSECUTORIOS
Nuestra
proclamada grandeza
como
país no puede derrapar
en
la victimización permanente
Que
la vida de los argentinos no es un lecho de rosas, es innecesario
señalarlo en tiempos de una crisis que se empeña en ser
protagonista de la vida nacional no tan solo en la política y en la
economía sino en otros escenarios de lo rutinario y cotidiano. No es
bueno echar culpas a diestra y siniestra o solo al norte mientras
seamos incapaces, antes de disparar los dardos de la acusación, de
tener la honesta práctica de la sana autocrítica.
Lo
que nos envían desde afuera suele ser el lógico y previsible rebote
de lo que nosotros disparamos -por suerte con ofuscados proyectiles
dialécticos- que maquillan una imprudente pirotecnia diplomática.
La
proclamada grandeza argentina no puede derrapar en la victimización
permanente porque le resta legitimidad a la seriedad del país y a la
sensatez de sus gobernantes. Y el detalle más cuestionable es que a
la hora de enemistarnos, pareciera que buscáramos de antagonistas a
los más poderosos procurando salvar nuestra honra en un campo de
batalla a todas luces adverso, riñendo en un combate desigual por
razones y por fuerzas.
En
momentos que la cordura debe tener firmeza de convicción, no es
bueno caer en turbaciones ni “persecutas” porque se transitan
caminos sin retorno, con el agravante que al final de esa ruta nos
encontramos con el aislamiento de un mundo que por eso de la
globalización ha reducido al mínimo las distancias.
Los
argentinos debemos preservar antes que nada la dignidad y pelear
exigiendo respeto y justicia, cuando hayamos satisfecho las demandas
en ese sentido dentro de nuestra geografía y entendamos que
lealmente somos capaces de ofrecer esos mismos sentimientos más allá
de las fronteras de la Patria. Ser respetuoso unilateralmente
equivale a sumisión y la justicia si es curiosamente selectiva,
pierde su propia majestad.
A
la soberanía la debemos fortalecer con actitudes adultas y claras
sin ninguna clase de sometimientos, dejando de lado cualquier postura
emparentada con la soberbia ni con la implantación de dudas hacia
afuera, porque ya son bastantes las otras dudas, las que tenemos
hacia adentro.
Siempre
hemos tenido una personalidad cercana a lo avasallante, edificada con
méritos propios por nuestra histórica hospitalidad, por el sentido
solidario, por la vocación de grandeza tanto de los nativos en el
llano como de la mayoría de nuestros hombres públicos.
No
permitamos entonces que de la mano de la histeria nos lleven de las
narices a los predios del desencuentro internacional, pretendiendo
desde el poder que a los trapos sucios los laven en el exterior si
tenemos la grandeza de asumirnos como mínimos responsables de la
mugre.
Lavemos
antes que nada nuestras miserias internas, exijamos aquello del
respeto y la justicia y después, con la razón y la convicción de
nuestra parte, arremetamos contra cualquiera, así fuera la más
poderosa de las potencias.
Pero
con la casa limpia, la conciencia tranquila, sin deudas y con el alma en paz.
Gonio
Ferrari
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