Con sus iniciales banderas que abrevaran allá lejos y en el tiempo en la derecha del viejo continente, fue Perón quien primero aplicó masivamente esa desusada costumbre de implantar la justicia social que produjo un saludable cambio en los argentinos.
El tres veces ungido por abrumadoras mayorías para ocupar la más alta magistratura del país supo nacionalizar, industrializar y regalar progreso, ubicándonos dentro de las principales potencias del mundo.
En cuanto a otros aspectos de su vida o de su gestión, no son pocos los argentinos que le endilgan la culpa de los males actuales, de las crisis, de los desencuentros, de las caprichosas variaciones ideológicas.
No son pocos asimismo los que recuerdan pero prefieren no mencionar, aquellas amistades que lo rodearan, tan nefastas de un extremo al otro del pensamiento como lo fueron Lopez Rega, Firmenich y algunos más, todos insignes referentes del caos y de la violencia.
Es probable que Perón sea el personaje histórico más controvertido; el que despierta pasiones y odios: el paladín de las lealtades para unos y el artífice de las traiciones para otros.
Y como si se quisiera cubrir una parte de la historia con un manto no siempre piadoso, es imposible borrar de sus páginas de vida y de su orgullo, que antes que político fue militar de la Nación.
Así las cosas, sin pretender ser reduccionista, se me antoja que de ninguna manera se lo puede soslayar como padre de un movimiento inicial, que con el tiempo se transformó en religión, en culto, en fanatismo y por eso llama la atención el halo que ahora rodea su memoria, que es ese fantasma parecido al olvido.
Sus retratos ya no son tantos.
La marcha casi no se canta, porque ahora al capital no hay que combatirlo, sino acostumbrarnos forzadamente a convivir con él.
Los principios sociales se ven eclipsados por el clientelismo, la dádiva y el aliento al subsidio que son veladas incitaciones a la vagancia, a la desindustrialización y la desocupación.
Pero no me parece justo, en homenaje a la historia, que no haya tantos actos recordatorios que exalten la figura y la memoria del tres veces presidente a 41 años de su muerte.
Porque a veces la superficialidad ideológica, la ambición desmedida, la apropiación de consignas y la vocación por la impunidad de los vivos, suelen ser más fuertes que el respeto por los grandes muertos.
Se los puede endiosar, se los puede odiar, pueden ser ejemplos o pésimos modelos a evitar, pero olvidarlos no deja de ser una injusticia y una afrenta a la memoria.
Y apropiarse de sus banderas es peor, tanto como usurpar derechos humanos que son de todos, al menos de los que sufrimos la pesadilla militar y no por eso sucumbimos a los cantos de sirena que entonaban los que en nombre y por mandato de Perón, vendían su imagen de románticos.
Perón los echó de la Plaza, cuando debió marginarlos de la historia.
Han transcurrido 41 años y todavía, algunos que se disfrazaron de peronistas, no terminan de matarlo.
Gonio Ferrari
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