DE LA IMPUNE PATRAÑA DE POCOS A
LA INDIFERENCIA DE MUCHOS, ANTE
LA DOLOROSA INQUIETUD DE TODOS
Cuando la soberbia en el ejercicio del poder
pese a su auténtico origen democrático se enquista en aquellos que luego lo
pierden por inconductas propias, es cuando el despecho y la alergia a la
Justicia llevan a cometer actos que no pueden justificarse en el apresuramiento
y merecen ser ubicados en los oscuros anaqueles del despropósito y la
canallada.
El coincidente rigor científico con el que
se puso justo e imprescindible final a la novela que los nostálgicos
escribieron en torno a las desaparición y muerte de Santiago Maldonado, fue un
sonoro cachetazo a la vocación desestabilizadora y ruin de los carroñeros de
siempre, acostumbrados a disfrazar la historia y maquillarla al antojo de sus
repudiables instintos de ahondar diferencias, sembrar cizaña y descalificar a
todo prójimo que no comulgue con sus delirios de perpetuidad y grandeza.
Las afrentas a la historia cuando son la
resultante de actitudes individuales pueden ser tomadas como expresiones aisladas
o demostraciones de fanatismo que derivan en faltas de respeto u ofensas
gratuitas y como tales, tienen destino de olvido.
Pero si es un organismo encuadrado en el
marco legal el responsable de un ofensivo despropósito, el hecho adquiere
gravedad institucional y merece más que la censura formal, un correctivo
que termine con la falacia y restaure la
verdad.
Debo reconocer que me encantaría que esa
placa que me comentan fue elaborada por la ATE (Asociación Trabajadores del
Estado) hubiera sido nada más que un humano error o la consecuencia de la
desinformación que a veces conduce a lamentables e injuriosas equivocaciones
que en honor a la verdad, afectan como en este caso al Estado y nos lastima a
todos los argentinos, porque ese Estado somos todos.

Ahora esos mismos que se bebían los vientos
vociferando por “la aparición con vida” del infortunado, guardaron ominoso
silencio frente a la angustia de 44 argentinos atrapados en un submarino, que
merecen también superar el infortunio y volver indemnes a tierra.
Esos mismos que carroñaron prejuzgando y
agrediendo al cobarde amparo del anonimato de sus capuchas, escondieron su
condición de ratas y trasladaron su indiferencia a la tarea de profundizar esa
maldita grieta que día a día ensanchan con sus actitudes antidemocráticas.
Despreciaron la condición militar de esos 44
compatriotas y llegaron a humillar la valentía y el compromiso de ser custodios
de nuestros mares.
Es para rogar que esa placa, desde donde
esté, tenga un destino de olvido en homenaje a la vigilia que los argentinos de
bien sostenemos en la esperanza del rescate con vida de nuestros marinos
atrapados, que no merecen ser destinatarios de ninguna injuria sino de
admiración por su compromiso con la Patria.
Y a eso tomado con la grandeza que asume el
sufrimiento, jamás lo entenderían los mentores de estas tropelías imperdonables
que -así lo quieran los dioses- no se multipliquen.
De la manera que mejor nos parezca, roguemos
al Dueño de los Relojes, los Tiempos, las Calmas y las Tempestades -con el
nombre que quieran ponerle- que pronto podamos volver a tenerlos entre
nosotros.
Y agradecidos, abrazarlos desde las
distancias.
Gonio Ferrari
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