Obviamente debemos antes que nada salvar la enorme distancia que marca la historia, en la relación entre la sistemática eliminación o masiva eutanasia de discapacitados que instrumentara el nazismo hitlerista, Es ciertamente lógico poner en duda que pudiera existir alguna analogía en materia de procedimientos, pero lamentablemente los resultados si bien -y por fortuna- no son idénticos, patentizan un soberano menosprecio a la condición de ser diferente: en Alemania era la muerte y entre nosotros es la marginación impuesta por quien tiene la obligación de erigirse en Estado protector.
La quita de reintegros por prestaciones a personas de capacidad diferente por parte de la Superintendencia de Servicios de Salud, organismo nacional, es una burla que cae pesadamente sobre el repetido discurso de la inclusión y descalifica groseramente la práctica de esa actitud tan saludable que es la solidaridad.
No es cuestión de caer en el tremendismo hitleriano que sostenía que la guerra era el mejor momento para eliminar a los enfermos incurables, por la existencia de personas que no coincidían con el concepto de la "raza superior" y las discapacidades físicas o mentales transformaban a esos seres en inútiles para la sociedad y una amenaza para la pureza genética aria, redondeando el espantoso concepto que no merecían la vida.
Y en una especie de lenta y masiva eutanasia, si finalmente se concreta la medida de marginarlos de la atención médica que necesitan, los discapacitados argentinos pasarán a ser los parias expulsados de una sociedad que tiene la obligación de brindarles cobijo, apoyo médico científico y cariño, porque ese cariño no es tan solo una caricia sino la contención y especialmente la integración que ahora se les niega.
A ellos, a los discapacitados, es injusto agregarles otro motivo de sufrimiento aparte del que deben sobrellevar y hacerles sentir el rigor de la marginación que es pariente cercana del desprecio.
Tampoco las familias tienen la culpa ni merecen que un Estado con actitud abandónica, displicente o burocrática, los libre a su suerte y les impida brindar a sus seres queridos la atención y la protección que su condición reclama y merece.
Expulsarlos del sistema es condenarlos doblemente: a padecer la marginación y a soportar la hipocresía de quienes se llenan la boca con la palabra inclusión y lo primero que hacen es deshauciarlos y confinarlos a las sombras y la injuria del abandono.
Nuestros discapacitados por lo que son; por lo que sufren; por el amor que necesitan, no merecen ser víctimas de tamaño desamparo.
Gonio Ferrari
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