Era una delicia conversar con este tipo de
talento integral, acelerado, ansioso, que vivía en la permanente y renovada
búsqueda de cosas viejas que por ser parte del pasado a veces se refugiaban en
la humana ingratitud de los olvidos.
Y eso hacía Miguel Iriarte, Emperador de San
Vicente, consumado e inconstante peluquero que regaló a los escenarios las
costumbres, los dichos, las alegrías y los dramas que eran parte de ese otro
escenario enorme que es la vida; la vida cercana, la de sus vecinos, la de
quienes caminaban y madrugaban aquellas calles con poca luz y aliento a
curtiembre y corso.
Si la existencia de un ser tan especial se
midiera en pocos segundos, es para concluir que Miguel nació en San Vicente,
voló al Actor Studio de Nueva York y volvió a San Vicente para morir entre los
suyos y crear por merecer, en ese instante, un agradecido monumento como
pionero del cordobesismo, un título que por su origen y trascendencia no merece
ser utilizado más allá de su propio y contundente significado cimentado en eso
que algunos le llaman costumbrismo pero que en realidad es lisa y llana
historia.
Esa historia será con el tiempo la encargada
de ventilar las mil peripecias del personaje, agudo y pertinaz observador,
captador de gestos, ladrón de dichos y partero de actores y de actrices que
para el cordobesismo auténtico inmortalizaron creaciones como San Vicente Super
Star, 15 caras bonitas 15, Eran cinco hermanos y ella no era muy santa, que
incluso despertaron polémicas y envidias en el mundillo farandulero que no
alcanzaba a entender que ese negrito de barrio tuviera la magia autodidacta de
consumar éxitos como esos, de tamaña taquilla y resonancia.
Peor aún, cuando se iban enterando que
Iriarte conducía talleres y armaba grupos teatrales en la Colonia Vidal Abal de Oliva, en
ALPI, en cárceles para hombres y para mujeres y en los Hogares de Día,
instituciones destinadas a la contención y atención de ancianos sin cobrar ni
un cospel, digiriendo con frecuencia las demagógicas promesas de los dueños del
poder.
Miguel Iriarte fue un capo desde las tijeras
hasta las tablas; desde el peine hasta la emoción; desde su desinteresada
docencia hasta la amistad fraternal; desde su humildad hasta el compromiso de
la adopción.
Es ahora cuando más se merece una lágrima… y
un aplauso.
Gonio
Ferrari
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