AL MOMENTO DE SUFRAGAR BIEN
VALE CONSULTAR A LA MEMORIA
Evaluando desapasionadamente la realidad antes de ser protagonistas del
maravilloso acto de elegir, es cuando los argentinos en general, auscultando hacia
adentro, tenemos la obligación de reconocer que no siempre votamos a conciencia
y con proyección de futuro sino que a través del sufragio solemos premiar o
castigar, sin importarnos las derivaciones que pudiera tener ese acto más
mecánico y visceral que analítico.
Debe ser por eso que muchas
veces y con lamentable frecuencia e impunidad, la generalidad de los políticos
-especialmente los que llevan años apropiados del poder- insisten en la
costumbre de activar sus siempre listos estímulos de la demagogia, que se
hartan de prometer todo aquello que insisten en hacer, cuando han tenido
demasiado tiempo para concretarlo pero sus acciones se diluyeron en las brumas
de los años para resurgir al momento del discurso proselitista.
La convocatoria a votar por
ellos y sin hacer distingos de banderías o ideologías, es un calco no tan sólo
de los especímenes argentinos sino que la historia universal nos muestra
ejemplos similares en la más amplia de las geografías y con escasas y muy
honrosas excepciones. Pero entre nosotros, por ser tan cercanos, es donde más
se advierte esa impronta que con el transcurrir de los días pasa a ser un mal
recuerdo porque se regresa a la paralización y la anemia de ideas que son parte
del ADN argentino.
Probablemente todo sea una
cuestión de manejo de los tiempos, porque se ha demostrado que son muy
distintos, dolorosamente distintos, los tiempos de los políticos y los de la
gente.
Mientras en la sociedad reina
una creciente angustia ante las falencias de todo tipo sin encontrar eco en
acciones que contribuyan a superarlas, en el seno del poder e históricamente
anida una marcada vocación por la eternidad a cualquier precio y es cuando los
augurios de supremo optimismo llegan a niveles patéticos.
Y al momento que la realidad
nos hace pisar la tierra y nos encontramos como protagonistas de un escenario
de carencias, demoras e incumplimientos de todo el palabrerío precomicial,
despertamos de sueños que cada uno viene elaborando como ansia; como justo
merecimiento de terminar con las crisis, los agobios económicos, la angustia
ante la inseguridad, la perplejidad de ver progresar al hampa, el crecimiento
exponencial del narcotráfico, la reinstauración de la mentira como práctica, el
aburguesamiento de la Justicia, la
profundización de heridas que así no cicatrizarán jamás, el dolor de advertir
la corrupción inmanejable y tantos otros elementos cotidianos que nos hacen perder
lenta e inexorablemente la ya devaluada calidad de vida.
Y con ese marco poco auspicioso
reaparece el acto de votar, de elegir, de optar, de señalar hacia arriba o
sepultar; de ser parte esencial de un sistema perfectible mientras tengamos el
tino de no dilapidarlo a manos de una dictadura.
Es por eso que en la luminosa
intimidad del cuarto oscuro apelamos al ejercicio de la memoria en un flash
instantáneo que nos dibuja sin pasiones pero con objetividad, el cómo estamos
viviendo; qué estamos sufriendo, cuánto nos está faltando, qué es lo que
estamos recibiendo, en qué nos están estafando …
Eso es recordar, que no
casualmente viene de re-cordis que es volver a pasar por
el corazón.
Es en ese único momento, casi
sublime, que tenemos entre manos y en nuestra conciencia a la memoria, un arma sin
balas que no es bueno usarla para matar sino para asegurarnos la vida.
Gonio
Ferrari
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