13 de agosto de 2017

Votando por el futuro ----------------------

AL MOMENTO DE SUFRAGAR BIEN
VALE CONSULTAR A LA MEMORIA

   Evaluando desapasionadamente la realidad antes de ser protagonistas del maravilloso acto de elegir, es cuando los argentinos en general, auscultando hacia adentro, tenemos la obligación de reconocer que no siempre votamos a conciencia y con proyección de futuro sino que a través del sufragio solemos premiar o castigar, sin importarnos las derivaciones que pudiera tener ese acto más mecánico y visceral que analítico.
   Debe ser por eso que muchas veces y con lamentable frecuencia e impunidad, la generalidad de los políticos -especialmente los que llevan años apropiados del poder- insisten en la costumbre de activar sus siempre listos estímulos de la demagogia, que se hartan de prometer todo aquello que insisten en hacer, cuando han tenido demasiado tiempo para concretarlo pero sus acciones se diluyeron en las brumas de los años para resurgir al momento del discurso proselitista.
   La convocatoria a votar por ellos y sin hacer distingos de banderías o ideologías, es un calco no tan sólo de los especímenes argentinos sino que la historia universal nos muestra ejemplos similares en la más amplia de las geografías y con escasas y muy honrosas excepciones. Pero entre nosotros, por ser tan cercanos, es donde más se advierte esa impronta que con el transcurrir de los días pasa a ser un mal recuerdo porque se regresa a la paralización y la anemia de ideas que son parte del ADN argentino.
   Probablemente todo sea una cuestión de manejo de los tiempos, porque se ha demostrado que son muy distintos, dolorosamente distintos, los tiempos de los políticos y los de la gente.
   Mientras en la sociedad reina una creciente angustia ante las falencias de todo tipo sin encontrar eco en acciones que contribuyan a superarlas, en el seno del poder e históricamente anida una marcada vocación por la eternidad a cualquier precio y es cuando los augurios de supremo optimismo llegan a niveles patéticos.
   Y al momento que la realidad nos hace pisar la tierra y nos encontramos como protagonistas de un escenario de carencias, demoras e incumplimientos de todo el palabrerío precomicial, despertamos de sueños que cada uno viene elaborando como ansia; como justo merecimiento de terminar con las crisis, los agobios económicos, la angustia ante la inseguridad, la perplejidad de ver progresar al hampa, el crecimiento exponencial del narcotráfico, la reinstauración de la mentira como práctica, el aburguesamiento de la Justicia,  la profundización de heridas que así no cicatrizarán jamás, el dolor de advertir la corrupción inmanejable y tantos otros elementos cotidianos que nos hacen perder lenta e inexorablemente la ya devaluada calidad de vida.
   Y con ese marco poco auspicioso reaparece el acto de votar, de elegir, de optar, de señalar hacia arriba o sepultar; de ser parte esencial de un sistema perfectible mientras tengamos el tino de no dilapidarlo a manos de una dictadura.
   Es por eso que en la luminosa intimidad del cuarto oscuro apelamos al ejercicio de la memoria en un flash instantáneo que nos dibuja sin pasiones pero con objetividad, el cómo estamos viviendo; qué estamos sufriendo, cuánto nos está faltando, qué es lo que estamos recibiendo, en qué nos están estafando …
   Eso es recordar, que no casualmente viene de re-cordis que es volver a pasar por el corazón.
   Es en ese único momento, casi sublime, que tenemos entre manos y en nuestra conciencia a la memoria, un arma sin balas que no es bueno usarla para matar sino para asegurarnos la vida.

Gonio Ferrari

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