SE PREOCUPAN POR EL AZUCAR EN LOS
BARES Y OLVIDAN LA EBRIEDAD JUVENIL
Creo haber escuchado que se proyecta limitar en los bares el consumo de
azúcar, o sea algo así como censurar las azucareras y los sobrecitos y
brindárselos a los clientes sólo por expreso pedido.
Dicen que es para proteger a todos aquellos que padezcan problemas de
diabetes sea o no declarada y sean o no insulino dependientes y no faltan los
que aplauden de antemano si esa iniciativa se llegara a concretar, tal como se
logró con la sal en los restaurantes, que de todas maneras en la mayoría de los
casos los saleros están tapados y dígame si no es así...
Es doloroso ver la ceguera del Estado que debiera ser protector más que
“prohibidor” porque es atávico el placer de gozar de todo aquello que está
considerado ilícito, proscripto o clandestino así hablemos del dólar, de
ciertas sustancias, del sexo, de la magia negra, de las religiones o de los
ritos extraños.
Pero realmente ocuparse que no haya azúcar en las mesas de los bares, no
se sabe si es para desalentar a los cirujas que “al paso” se proveen, para
hacer alguna pijotera economía de costos o simplemente para justificar de
alguna manera la sempiterna práctica del alpedismo de muchos de los elegidos
para legislar.
Y sin embargo, en esa absurda intención de creerse útiles, olvidan el
desastre que cualquiera puede presenciar en los amaneceres de los sábados y
domingos, con el triste cuadro de jovencitos y mocosas tirados en las veredas,
atontados e indefensos, previsibles víctimas de borracheras no siempre consentidas.
¿Por qué entonces, en lugar de calentarse por un poco más o menos de
azúcar en el café, en el té o en la leche tibia, no se preocupan por limitar la
venta de alcohol a los menores?
Ellos y ellas consumen porque alguien se los vende, estando prohibido su
comercio como asimismo el ingreso y la permanencia de la pendejada a ciertas
horas y en ciertos lugares, pero prefieren ser ásperos con los exacerbados cultores
del azúcar.
El hecho de permitir el descontrol en la comercialización de bebidas
alcohólicas es mucho más peligroso que dejar a criterio de cada consumidor el
uso o la abstinencia de azúcar, porque no se han visto muchos casos de
empachados con ese endulzante que hayan sido atropellados o atacados y
despojados por tantas patotas impunes que se adueñan de las penumbras urbanas y
no tanto.
Además y dicho sea con una mano en el corazón, es incomparable el dolor
y la lástima que provocan un adolescente -él o ella- en estado catatónico, como
consecuencia del abandono por parte de Estado de su sagrada y no cumplida
obligación de prevenir.
Gonio
Ferrari
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