7 de agosto de 2019

Agosto eólico

VENTOSO HIMNO AL BARRILETE
   No es lo mismo, pero así como esperábamos Nochebuena, Navidad, el año nuevo y los carnavales, las ansias por apresurar la llegada de agosto solía ser superior en cuanto a nuestras expectativas: el agosto de los vientos, mes eólico que nos remontaba a las alturas pendiendo de la debilidad de un hilo, la fragilidad del papel, la elasticidad de las cañas y los inútiles trapos de la cola.
   Era el mes en que mágicamente pasábamos a ser hijos del viento y hermanos del engrudo; cómplices de las ráfagas y enemigos de los cables barrileticidas porque renacía en nosotros ese oculto artesano que dormía once meses y se despertaba cada año en agosto, cuando volaban los flequillos y los pelados se agarraban la frente no sé para qué.
   Buscábamos cañas y todo lo necesario incluyendo los trapos para la cola, a veces yapada con hilachas de ropas o con algunas tiras de escondidas prendas íntimas, porque los hacíamos nosotros y el placer era fabricar nuestros propios sueños de volar sin alas propias.
   La aérea sinfonía de mediomundos, estrellas, papagayos o cuadrados invadía de colores las alturas cuando la pericia se demostraba en el “tinquéo” del hilo, en los cabeceos de la pandorga, tratando de esquivar los ramazos y en la velocidad de los “mensajes” que enviábamos en papelitos aleteando por el cordel hasta los tiradores, mientras los bramadores hacían escuchar su ondulante grito autoritario.
   Allá arriba la distancia nos igualaba a los barriletes de papel de seda con los modestos modelos que lucían páginas de La Voz del Interior, de Los Principios o del Córdoba. Y estaban los otros más impersonales con papel de estrasa, ese que usaban en el almacén para envolver.
   Y solían quedarse bien arriba deleitándonos casi inmóviles o balanceándose en todas direcciones para nuestra delicia que casi nos embalsamaba los ojos con aquel paisaje.
   Esa era la fascinación, nuestra inocente hipnosis de emborracharnos precozmente de ilusiones en cada agosto, mes mágico en el que envidiábamos a los pájaros.
   Siendo mocoso, el barrilete me hacía sentir que era dueño de un pedacito de cielo y que podía caminar entre las nubes.

Gonio Ferrari

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