ERA DE ESPERAR: PARA EL PODER
LAS CULPAS SIEMPRE SON AJENAS
El maldito juego impuesto a los
argentinos tiene cada día más adherentes, especialmente en un detalle y vamos
antes que nada a los antecedentes: de la deuda externa la culpa es de otros; de
la desocupación, la culpa es de otros; del alocado dólar blue sin techo la
culpa es de otros; de la inseguridad no es culpa del poder sino del poder que
tiene el hampa; de la irrespetuosidad en los aumentos de todo, la culpa es de
los formadores de precios; de las violaciones y femicidios la culpa no es de
los homicidas sino de la provocación femenina; en suma, la culpa de la
situación que padecemos no es culpa del gobierno ni de los inoperantes sino de
quienes los votaron.
¡Es tan simple quitarse el opresivo lazo al cuello que se ciñe cuando quien juzga es la gente! Con cara maquillada con cemento y sin mover un músculo, hay que acusar a cualquiera, menos al resultado de la autocrítica que en el universo de la política ya se pasó de moda.
Al pibe que soñaba con emular a Messi, a Pelé, a Maradona y a tantos otros le pincharon el fútbol de la vida cuando estaba enfrentando al arquero.
Pero la culpa del reventón de la nº 5 pasó a ser de los vándalos ignotos y no de los inútiles conocidos que ensuciaron su ropa interior escondiéndose del mundo y “empujando a un voluntario”, obligado a mentir, para que se salven los incapaces e insensibles, dominados por los rigores del márketing, que se apresura a considerarlos aptos para más cuando la realidad demuestra que hasta para mucho menos son inservibles, estériles, caducos y superfluos.
Ellos llevarán de por vida la imagen de Luciano, de 14 años, atada a la conciencia y zapateándoles el remordimiento no tanto por haberle impedido llegar a viejo, sino por escamotearle con su malsana y acostumbrada displicencia la oportunidad de ser una estrella del fútbol, consuelo para su padre dolido de viudez y ejemplo para los chicos de su edad.
Pero así son las cosas cuando se anarquiza la gestión; cuando mandan más los que deben obedecer mientras el poder, con absoluto desprecio por las prioridades ciudadanas, distrae valiosos y exagerados recursos en su onanismo marketinero que en lo que necesita la gente.
¿Ahora hay que esperar que actúe la Justicia? Si lo hubiera hecho en los similares casos pendientes, Luciano bien podría empezar a medirse la camiseta de la Selección Nacional y esperar la primera ovación.
Pero el silencio ahora es ominoso, como si el poder tuviera algo de vergüenza para reconocer su total responsabilidad.
Ha demostrado que ni eso tiene.
G.F.
LAS CULPAS SIEMPRE SON AJENAS
¡Es tan simple quitarse el opresivo lazo al cuello que se ciñe cuando quien juzga es la gente! Con cara maquillada con cemento y sin mover un músculo, hay que acusar a cualquiera, menos al resultado de la autocrítica que en el universo de la política ya se pasó de moda.
Al pibe que soñaba con emular a Messi, a Pelé, a Maradona y a tantos otros le pincharon el fútbol de la vida cuando estaba enfrentando al arquero.
Pero la culpa del reventón de la nº 5 pasó a ser de los vándalos ignotos y no de los inútiles conocidos que ensuciaron su ropa interior escondiéndose del mundo y “empujando a un voluntario”, obligado a mentir, para que se salven los incapaces e insensibles, dominados por los rigores del márketing, que se apresura a considerarlos aptos para más cuando la realidad demuestra que hasta para mucho menos son inservibles, estériles, caducos y superfluos.
Ellos llevarán de por vida la imagen de Luciano, de 14 años, atada a la conciencia y zapateándoles el remordimiento no tanto por haberle impedido llegar a viejo, sino por escamotearle con su malsana y acostumbrada displicencia la oportunidad de ser una estrella del fútbol, consuelo para su padre dolido de viudez y ejemplo para los chicos de su edad.
Pero así son las cosas cuando se anarquiza la gestión; cuando mandan más los que deben obedecer mientras el poder, con absoluto desprecio por las prioridades ciudadanas, distrae valiosos y exagerados recursos en su onanismo marketinero que en lo que necesita la gente.
¿Ahora hay que esperar que actúe la Justicia? Si lo hubiera hecho en los similares casos pendientes, Luciano bien podría empezar a medirse la camiseta de la Selección Nacional y esperar la primera ovación.
Pero el silencio ahora es ominoso, como si el poder tuviera algo de vergüenza para reconocer su total responsabilidad.
Ha demostrado que ni eso tiene.
G.F.
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