Atrás
quedaron todas las alegrías que nos brindara, el gol antológico a los ingleses
e incluso la picardía del otro gol, el de la mano de Dios.
Quedaron por un tiempo adormecidos sus problemas con la droga, los impuestos que no pagó en
Italia, su costumbre de ir gratis a cualquier parte, la impresentable corte de
adulones que lo acompaña a sol y a sombra, su casamiento de película y su
divorcio de folletín, el cariño por sus nenas, su devoción por el Papá y por
la desaparecida doña Tota, su separación de Coppola, los cuestionables “piquitos” con los que
escandalizó a más de uno, en fin, toda una serie de hechos, trascendentes o no,
que jalonaron la vida pública de Diego Armando Maradona.
Es
cierto que para la inmensa mayoría fue el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos.
Es
cierto que no siempre cayeron simpáticas, "urbi et orbe" sus amistades políticas como Fidel
Castro, Hugo Chávez, el presidente iraní, o sus incursiones en el análisis
político del pais, o de la política económica de Italia, o de España, o de
cualquier parte del mundo.
La
palabra de Diego Maradona llegó a ser una especie de compendio bíblico,
indiscutible para sus seguidores, hasta el punto que no faltó el delirante que
creara la iglesia maradoniana, que pese a todo tiene su altar, su catedral y sus acólitos.
Todo
esto, que es una pequeñísima parte de su historia, para decir que Maradona me
hartó.
Me
hartaron sus desplantes, sus caprichos, sus exigencias, su incontinencia
putativa (que es la inveterada costumbre de putear) y en definitiva, su
hipocresía.
Es necesario reconocer, con hidalguía, que seguirán siendo inolvidables los
momentos futbolísticos que nos brindó.
Que
nadie tendrá la magia de su habilidad, ni ese eterno romance con la pelota.
Nadie
será, jugando al fútbol, mejor que él.
No
puedo ser indulgente con un tipo que calificó de mafioso a Julio Grondona, y después
aceptó gustoso, y por buen dinero, incorporarse a eso que él rotulaba de
maffia.
No
quiero acordarme de quien criticó duramente a Menotti, a Pékerman, a Bielsa, a
Bilardo entre otros y después consideraba que quienes lo criticaban a él eran traidores a la Patria.
No me
gusta hablar de un aprovechado que vaya a donde vaya, en lugar de pagar exige
cobrar solo por haber ido, y cito un solo caso, como por ejemplo La Posada del Qenti.
No puedo
hablar lindezas de un estafador que supo hacernos llorar de emoción por su virtuosismo
deportivo, y al poco tiempo mostrarnos el rostro desencajado de una
drogadependencia, que pudo haber evitado o con el tiempo superado, lo que es parte de las dudas nacionales.
Quiero evitar las palabras que ya se dijeron y como en el caso de los
muertos queridos, prefiero llevarme en el último viaje, atesorados en el recuerdo, los momentos
gratos que me hiciera vivir.
Porque todo lo demás, ha pasado a formar aparte de la lástima que
inspira; de la pena que provocan sus díscolos comportamientos, aplaudidos por una
corte de vividores que lo sigue permanentemente palmeándole la espalda.
Maradona, alguna vez y creo que durante el reinado de Carlos Saúl I de Anillaco, fue el símbolo en un programa
estatal de lucha contra la droga y hasta el presente jamás se llegó a comprender cómo lo ponían a él, un
lobo en el corral de los corderos.
Un tipo que embaraza y se olvida o que es padre y lo niega, no merece respeto.
Todo esto, para formar una sólida e indiscutible base que justifique su monumental incoherencia.
Ahora es ferviente K, lo que está en su absoluto derecho y democrática
elección, mirando hacia su tierra desde los opulentos confines del
mundo, donde seguramente no se conocen, no se viven ni se abruman con la
desocupación, la miseria, la inflación, el maltrato y olvido a los
jubilados, los cepos, la presión tributaria ni la inseguridad.
Maradona, el de la gambeta mágica en una baldosa, pontificó allí donde
no hay pobres (lo que me consta por ser asiduo visitante de la región)
que "los argentinos tenemos que estar orgulloso de nuestro país y de
nuestro gobierno", una opinión que respeto aunque no necesariamente deba
compartir.
Y como el respeto no es un atributo que adorne la personalidad del
Diego, remató que no quiere volver al fútbol argentino "porque eso es
volver a la mierda".
Una confesión que, hilando fínito, lo ubica como partícipe necesario de
un lugar o un ambiente de donde nunca debió haber emigrado.
Fue Maradona un jugador iluminado, único, magistral, irrepetible,
venerado, adulado por presidentes y reyes, aunque como técnico no logró
superar la mediocridad.
Como persona fue al principio el prototipo del humilde villero de
Fiorito que conquista a la alta burguesía, a los encumbrados políticos y
a los más conspicuos exponentes de nuestro vernáculo y nacional Puerto
Madero.
Su conducta de drogón que nos perjudicó a todos ante el mundo (era el
modelo a seguir, el ejemplo para la juventud) fue y sigue siendo
imperdonable, porque no existió la redención, reemplazada por una
aversión a quienes osaron criticarlo, que incluyó desde insultos,
amenazas y descalificaciones hasta un episodio con utilización de un
revólver.
Ni es cuestión de negarle a nadie su libertad de expresarse.
Pero si, es
de buen ciudadano no caer en ofensas que inexorablemente se vuelven en
contra de quien la perpetra salvo que, como en este caso, se crea Dios,
merecedor de la más absoluta y loca impunidad.
El eminente ruso Sacha Guitry estuvo genial cuando sostuvo que la
diferencia entre un hombre inteligente y un tonto, radica en que aquél
se repone fácilmente de sus fracasos, mientras el tonto nunca consigue
reponerse de sus éxitos.
Diego Armando, mimado por la fama y el dinero que nunca le alcanza, debiera tener la humildad de leer a Guitry.
Excelente Gonio.
ResponderBorrarAbrazo
Gustavo Oulton