16 de enero de 2013

EL 10 DE LA ZURDA INMORTAL, SU POCA MEMORIA Y LA LENGUA DESBORDANTE

  Atrás quedaron todas las alegrías que nos brindara, el gol antológico a los ingleses e incluso la picardía del otro gol, el de la mano de Dios.

  Quedaron por un tiempo adormecidos sus problemas con la droga, los impuestos que no pagó en Italia, su costumbre de ir gratis a cualquier parte, la impresentable corte de adulones que lo acompaña a sol y a sombra, su casamiento de película y su divorcio de folletín, el cariño por sus nenas, su devoción por el Papá y por la desaparecida doña Tota, su separación de Coppola, los cuestionables “piquitos” con los que escandalizó a más de uno, en fin, toda una serie de hechos, trascendentes o no, que jalonaron la vida pública de Diego Armando Maradona.
  Es cierto que para la inmensa mayoría fue el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos.
  Es cierto que no siempre cayeron simpáticas, "urbi et orbe" sus amistades políticas como Fidel Castro, Hugo Chávez, el presidente iraní, o sus incursiones en el análisis político del pais, o de la política económica de Italia, o de España, o de cualquier parte del mundo.
  La palabra de Diego Maradona llegó a ser una especie de compendio bíblico, indiscutible para sus seguidores, hasta el punto que no faltó el delirante que creara la iglesia maradoniana, que pese a todo tiene su altar, su catedral y sus acólitos.
  Todo esto, que es una pequeñísima parte de su historia, para decir que Maradona me hartó.
  Me hartaron sus desplantes, sus caprichos, sus exigencias, su incontinencia putativa (que es la inveterada costumbre de putear) y en definitiva, su hipocresía.
  Es necesario reconocer, con hidalguía, que seguirán siendo inolvidables los momentos futbolísticos que nos brindó.
  Que nadie tendrá la magia de su habilidad, ni ese eterno romance con la pelota.
  Nadie será, jugando al fútbol, mejor que él.  
  No puedo ser indulgente con un tipo que calificó de mafioso a Julio Grondona, y después aceptó gustoso, y por buen dinero, incorporarse a eso que él rotulaba de maffia.
  No quiero acordarme de quien criticó duramente a Menotti, a Pékerman, a Bielsa, a Bilardo entre otros y después consideraba que quienes lo criticaban a él eran traidores a la Patria.
   No me gusta hablar de un aprovechado que vaya a donde vaya, en lugar de pagar exige cobrar solo por haber ido, y cito un solo caso, como por ejemplo La Posada del Qenti.
  No puedo hablar lindezas de un estafador que supo hacernos llorar de emoción por su virtuosismo deportivo, y al poco tiempo mostrarnos el rostro desencajado de una drogadependencia, que pudo haber evitado o con el tiempo superado, lo que es parte de las dudas nacionales.
  Quiero evitar las palabras que ya se dijeron y como en el caso de los muertos queridos, prefiero llevarme en el último viaje, atesorados en el recuerdo, los momentos gratos que me hiciera vivir.
   Porque todo lo demás, ha pasado a formar aparte de la lástima que inspira; de la pena que provocan sus díscolos comportamientos, aplaudidos por una corte de vividores que lo sigue permanentemente palmeándole la espalda.
   Maradona, alguna vez y creo que durante el reinado de Carlos Saúl I de Anillaco, fue el símbolo en un programa estatal de lucha contra la droga y hasta el presente jamás se llegó a comprender cómo lo ponían a él, un lobo en el corral de los corderos.
   Un tipo que embaraza y se olvida o que es padre y lo niega, no merece respeto.
   Todo esto, para formar una sólida e indiscutible base que justifique su monumental incoherencia.
  Ahora es ferviente K, lo que está en su absoluto derecho y democrática elección, mirando hacia su tierra desde los opulentos confines del mundo, donde seguramente no se conocen, no se viven ni se abruman con la desocupación, la miseria, la inflación, el maltrato y olvido a los jubilados, los cepos, la presión tributaria ni la inseguridad.
   Maradona, el de la gambeta mágica en una baldosa, pontificó allí donde no hay pobres (lo que me consta por ser asiduo visitante de la región) que "los argentinos tenemos que estar orgulloso de nuestro país y de nuestro gobierno", una opinión que respeto aunque no necesariamente deba compartir.
   Y como el respeto no es un atributo que adorne la personalidad del Diego, remató que no quiere volver al fútbol argentino "porque eso es volver a la mierda".
   Una confesión que, hilando fínito, lo ubica como partícipe necesario de un lugar o un ambiente de donde nunca debió haber emigrado.
   Fue Maradona un jugador iluminado, único, magistral, irrepetible, venerado, adulado por presidentes y reyes, aunque como técnico no logró superar la mediocridad.
  Como persona fue al principio el prototipo del humilde villero de Fiorito que conquista a la alta burguesía, a los encumbrados políticos y a los más conspicuos exponentes de nuestro vernáculo y nacional Puerto Madero.
   Su conducta de drogón que nos perjudicó a todos ante el mundo (era el modelo a seguir, el ejemplo para la juventud) fue y sigue siendo imperdonable, porque no existió la redención, reemplazada por una aversión a quienes osaron criticarlo, que incluyó desde insultos, amenazas y descalificaciones hasta un episodio con utilización de un revólver.
  Ni es cuestión de negarle a nadie su libertad de expresarse.
  Pero si, es de buen ciudadano no caer en ofensas que inexorablemente se vuelven en contra de quien la perpetra salvo que, como en este caso, se crea Dios, merecedor de la más absoluta y loca impunidad. 
  El eminente ruso Sacha Guitry estuvo genial cuando sostuvo que la diferencia entre un hombre inteligente y un tonto, radica en que aquél se repone fácilmente de sus fracasos, mientras el tonto nunca consigue reponerse de sus éxitos.
  Diego Armando, mimado por la fama y el dinero que nunca le alcanza, debiera tener la humildad de leer a Guitry.

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