La
verdad, no entiendo por qué la gente se sorprende frente a un nuevo
aumento en el precio del boleto del transporte urbano y por las
exigencias de los taximetristas.
En
ambos casos, miles de rehenes estamos apoyando involuntariamente las
demandas de los sectores empresarios y sindicales.
¿Qué
harían ellos si no tuvieran el obligado "apoyo" de los
pasajeros?.
Es
el cuento de nunca acabar en el que los principales personajes
(Fetap, Uta, Municipalidad, Concesionarios de taxis y choferes) se
unen con o sin acuerdo formal, para dejar a miles de usuarios a pié.
Unos
porque no circulan y otros porque son tan caros que no son pocos los
que optan por la forzosa (y saludable) caminata.
Pensar
en un pacto gremial-empresario en nuestro transporte público es cada
vez menos alocado.
El
jueguito infame de las presiones los va alternando: aumento de tarifa
"para mejorar el servicio y hacerlo viable" y también
allanarse a los pedidos de aumento de sueldo del sector gremial.
Cuando
nos meten la mano al bolsillo y el municipio autoriza el aumento
"para evitar desbordes sociales", los choferes paran para
pedir su parte.
Y
la rueda sigue girando y la película se repite y los taxistas,
onerosa alternativa ante un transporte público que no mejora, se
fortalecen en su postura y reclaman lo suyo.
La
Municipalidad (que es el poder concedente) mira hacia adentro
agobiada por otros problemas que le importan más que el padecimiento
de la gente: tiene que recaudar y recaudar para llegar a cubrir el
más del 70 por ciento de su presupuesto que se va en sueldos.
Así
están las cosas.
Apostaría
a que en menos de 15 días se plantea una "actualización
salarial" exigida por la Uta.
La
ciudad es como una gigantesca sala de cine: proyecta una película
que ya vimos hasta el cansancio y los espectadores son los giles, las
víctimas de siempre, los sostenedores de un sistema perverso.
Esos
somos los usuarios, hasta que perdamos la poca paciencia que nos
queda.
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