
Porque camino la ruta de los que nos vamos
haciendo viejos, y lo digo sin pena, amando a Córdoba como es: sensual y
anárquica; desordenada y doctoral, con humor de exportación que hace enojar a
varios y un cierto malhumor social que es preciso atender.
Ciudad patoteada por la desidia de los que
dicen que mandan y por la anarquía que permiten esos mismos, los que creen que
la gobiernan.
Aquí en Córdoba anidan el añejo orgullo de
las raíces, la proverbial y callejera arrogancia de sus luchas, la humildad
mediterránea y las industrias del cuarteto, del apodo y del fernet.
Y porque somos sus hijos, amamos a esta,
nuestra Córdoba romántica, magnética, mágica y soberbia.
Ciudad con faro, pero sin mar.
Amamos a la ciudad avasallante que ejerce
idéntica atracción en sus hijos adoptivos, en los que la visitan para después
quedarse y en los que se aquerencian, a veces mintiendo que están estudiando.
Córdoba tiene la protectora calidez de una
mamá que puede ser biológica o sustituta.
Ciudad símbolo, ruidosa, altiva, maltratada,
insegura y sorprendente.
Realmente hay un lujurioso placer que se
renueva al abrazar ese improlijo
laberinto de tus barrios, los rumorosos bares de mil esquinas, el desorden de
tus avenidas, los colores de tus clubes, el malo, caro y esquivo transporte
urbano, los candados de tus conventos, la pasión de tus políticos con su
vocación de eternidad, la dañina insolencia de tu río cuando crece, esa
insuperable y lacerante intemperie de tus villas, la convocante sonoridad de
tus campanas, el interminable catálogo de tus baches, la penosa sorpresa de los
cortes de luz, el histórico y permanente estado de asamblea de los municipales,
la siestera e invariable pachorra de tu Justicia, la mentirosa solemnidad de
tus doctores, la inimitable contundencia de tu tonada, la frescura de tus
estudiantes, la columna vertebral de tu Cañada, la invadida peatonal, criadero
de palomas y de falsos artesanos, la añosa certidumbre de tus templos, tu
maravillosa lozanía en el otoño, el silencioso abrigo del invierno…
¿Qué más puedo decirte que no lo sepas?
Para cada uno de tus cumpleaños, siento la
necesidad y la urgencia, como por decreto, de confesarte todo lo que te amo.
Por la generosa hospitalidad de tu tierra.
Por el linaje de esas pesadas y dulces cadenas
que atan mi alma a tu historia, a tus blasones y a tu gente …
En este cumpleaños, ¡ Salud, mi ciudad !
Patria de siempre …
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