24 de julio de 2013

PERDON, SR. JAIME



Es un viejo deporte nacional eso del escrache social, de la condena sentimental, del impulso descalificador por encima de la propuesta superadora, de la mordaza a quien piensa distinto y otras mil formas de sumir en el desprestigio a cualquier hijo de vecino, solo por la sospecha de alguna incorrección que en muchas ocasiones aviesamente se le endilga.
Uno de esos casos puede que sea el del compatriota Ricardo Jaime, de actuales 58 años, nacido en Córdoba, ingeniero agrimensor, conchabado allá por 1984 por el gobierno angelocista en la Dirección de Catastro por un año, hasta que atraído por las delicias del frío sureño se mandó a mudar instalándose en Caleta Olivia, que gracias al petróleo, vivía tiempos de eufórica bonanza.
Se dejó seducir por la política, llegó a presidir el Concejo Deliberante y cedió al encandilamiento que le provocara el entonces intendente de Río Gallegos, el ignoto Néstor Kirchner, pretendiente del sillón de la gobernación donde posaba sus asentaderas el justicialista Arturo Puricelli.
Desde el ’91 al ’99, el bueno de Jaime fue creciendo de la mano de Néstor, ya consagrado gobernador, quien lo llevó a ocupar elevados cargos dentro de su administración hasta que un buen día se le pelaron los cables -dicen- y se volvió a Córdoba asumiendo como viceministro de Educación en el equipo de José Manuel de la Sota.
Ese cargo medio que le tiraba de sisa y prefirió las luces porteñas, donde fue designado por Kirchner al frente de la Secretaría de Transportes de la Nación y como la gente es mala y comenta por lo general sin saber, no fueron pocos los que sostenían por entonces que era como darle el ministerio de Salud a un veterinario, sin que esto signifique un menoscabo a los sanadores de bichos.
Y pocas horas después del tropezón electoral del 28 de junio de 2009, cuando la Doña debió asumir el trago amargo de la derrota en la renovación parcial del Congreso (el comicio iba a ser en octubre pero fue adelantado para ganarle una carrera a la crisis que asomaba) nuestro comprovinciano trashumante hizo sus valijas y renunció exponiendo el pretexto de razones personales sin tomar en cuenta una apreciable cantidad de denuncias por corrupción en su contra que andaban dando vuelta en los tribunales.
Es poco probable que alguien que ha saboreado las mieles del poder, pueda resistirse a seguir paladeando ese manjar de la sensualidad, festín de Dioses y privilegio de elegidos.
El bueno de Jaime, humano al fin, seguramente siguió vinculado a los que mandan, hasta que la Justicia lo invitó a sentarse en un modesto banquito, que no es tan cómodo como los sillones de los opulentos despachos oficiales que supo ocupar durante su lucrativo romance con el poder.
Y se le heló el cebo, por eso tan atávico que se llama miedo y el vulgo lo califica groseramente como cagazo.
Se escondió, comprendió que las chicanas no habían servido, contrató abogados y buscó la manera de escaparle a la prisión preventiva, no fuera cosa que le aplicaran el mismo ridículo criterio con el que presionan y tienen de rehenes a muchos ciudadanos en la megacausa del Registro de la Propiedad.
Nadie salvo sus más allegados y los letrados que lo asisten conocían su paradero y por supuesto el desborde mediático se lanzó a la ruleta de las conjeturas y las sospechas, privilegiando aquella de su protegido escondrijo a cambio de silencio acerca de todo lo que sin dudas conoce y no es prudente ni oportuno divulgar.
Una vez que se aseguró no ver las rejas desde el lado de adentro, sacó pecho y fue a Tribunales a decir bajo juramento su domicilio, tras pasar por la Caja y dejar una fianza de 200 mil pesos que ningún empleado público -o ex- puede juntar en tan poco tiempo.
Se habló hasta el cansancio de 20 causas pendientes y el bueno de Jaime, en un ataque de indignación, acusó de exagerados a los medios y dijo que las causas en las que estaba involucrado y encartado eran solo siete.
Debo cambiar ahora el estilo del comentario, porque quiero terminarlo como si el Sr. Jaime, emprendedor y ahorrativo casi sexagenario, estuviera escuchando de cerca a este humilde y veterano decidor de cosas.
Usted, don Jaime, hombre que se ajusta a derecho, que proclama ser respetuoso de la ley, que considera no haber huido sino haberse demorado, que no quiere hablar de las concesiones de los trenes, de los casi dos mil millones de pesos que recibieron en subsidios en parte de su gestión ni del desastre de su mantenimiento, puede pagar abogados para que le enseñen a defender lo indefendible de la condena social, del tribunal popular cuya intuición y experiencia son más certeras que los códigos.
Le pido perdón, señor Jaime, porque fui uno de los tantos que creímos en la existencia de veinte causas que lo involucraban y en realidad son nada más que siete, una pavada para una persona que se cree decente.
Porque si hay justicia, justicia real y pronta que le dicen, y lo dejan preso, así se revuelque en sus propios lamentos lo podrá hacer hasta que salga en libertad porque seguramente no estará a la sombra el tiempo que se merece.
¿Sabe qué es lo indignante, señor Jaime?
Que 51 argentinos, los del Ferrocarril Sarmiento en la estación Once, ni siquiera pudieron ni podrán gozar el privilegio suyo, aunque fuera, de estar en la cárcel.
Presos, pero vivos.



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