No
siempre todo es según el cristal a través del cual se mira, cuando
la disminución visual llega a nivel de bastón blanco, que es la
opción menos aconsejable y más peligrosa.
Observando
los resultados desde el punto de vista geográfico, aparecen claros
indicativos que muestran al oficialismo nacional ganando en las
provincias más castigadas por la pobreza, pero electoralmente
sostenidas con planes, subsidios, bolsones y toda la variedad que
ofrece el asistencialismo.
Es
probable que sea un análisis elemental y primario, alejado de los
enciclopédicos estudios de las consultoras y los gurúes, pero nadie
puede negar que es la más cruda realidad.
En
el único nivel que se lo niega en un delirante desafío a la
insobornable exactitud de las matemáticas, es desde la cúpula del
poder que pretende el milagro de la conversión de una derrota en
victoria porque bien sabemos que todas las derrotas son huérfanas.
Nadie
desde arriba supo ni quiso escuchar los avisos del descontento -para
hacerlo hay que tener grandeza- que se hicieron ver y oír en las
protestas cuyos mentores y asistentes se alejaron de las conducciones
de una oposición casi ausente que solo trabajaba hacia adentro, en
su búsqueda permanente de consolidar espacios propios.
La
soberbia cimentada en un legítimo 54 por ciento desoyó también el
clamor que generaban la pobreza, la inflación, la inseguridad, la
corrupción, la prepotencia de empeñarse en imponer el discurso
único, que es el ADN de la intolerancia y del autoritarismo.
En
nuestra patria chica la reacción del electorado no fue muy distinta,
porque aunque algunos soñadores de Puerto Madero lo piensen a la
inversa, en el interior inteligente el vidrio ha dejado hace tiempo
de ser parte de la nuestra alimentación.
Lo
preocupante, lo ofensivo, lo riesgoso con miras al futuro, es el
empecinamiento de un triunfalismo apolillado que ve blanco lo que es
negro, o niega con necedad política un escenario social contundente
que es el mejor consejero, la brújula indiscutible si de modificar
el rumbo se trata.
Los
agoreros de las ideologías, los vendedores de eternidades, los
aplaudidores de los errores, esos que consideran traidores a la
patria a todos los que piensan distinto, debieran tener la grandeza
antes que nada, de reconocer haberse equivocado.
No
quiero que pidan disculpas los mercachifles del humo ni los
“periodistas militantes”, patéticas marionetas de un carnaval al
que ellos mismos le robaron la alegría.
Pero
al menos, que modifiquen sus conductas porque deben terminar con el
palmear de espaldas cuando hay errores, basándose en un porcentaje
que en su momento fue abrumador, pero que ahora adelgazó hasta menos
de la mitad.
Más
que muecas desagradables y forzadas, a veces el silencio de la
prudencia y del respeto se impone como la actitud más piadosa.
Este
domingo, también en Córdoba fue una fiesta.
En
las fiestas nunca falta un mago que de la galera saque un conejo.
O
una coneja.
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