¿Para
qué caer en la grandilocuencia, inútil y postrera, de enumerar las virtudes de
alguien a quien conocimos indudablemente virtuoso?
Todo se está diciendo; todo se dirá hasta
que el estrépito social llegue a su techo y comience el camino que lleva a
instalarse en la memoria, ese archivo insobornable que atesora, hermético a cal
y canto de los tiempos, el ciudadano prontuario de cada uno.
Las personas públicas cuando son amadas,
reconocidas y respetadas, superan a los años y su desgaste; a las envidias y
sus cicatrices; a los contratiempos y sus antídotos. Esos -los años de los
años- son los senderos que llevan a la inmortalidad sin dolor porque el
transformarse en ejemplo mitiga el pesar que provoca la ausencia.
La verdad, me resulta complicado hablar del
viaje sin retorno de alguien que vivió viajando por los tiempos, sin irse
nunca.
Bischoff no ha muerto.
Anda por allí, recogiendo historias.
Es tan inmortal y eterno, que seguramente
escribirá la tuya.
Y la
mía.
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