Tiempo
atrás y no hace mucho, los argentinos vivíamos embroncados entre
peronistas y radicales, zurdos y fachos, gordos y flacos, millonarios
y xeneizes, pobres y ricos, blancos y negros, civiles y militares,
leprosos y canallas, tallarines y piratas, Chevrolet y Ford y una
interminable lista de históricos antagonismos.
Las
cosas no han cambiado con el tiempo aunque la cuestión sea
ideológicamente folklórica más que beligerante.
Por
eso cuando se habló de la grieta actual que nos separa, tal
apreciación no sorprendió a nadie porque cada uno somos partícipes
necesarios y obligados en este penoso desencuentro nacional.
Si
desde arriba se alienta la división entre K y anti K, por esa
malsana postura de autoritarismo apolillado por los tiempos que
considera enemigo a todo aquel que piensa o se expresa en
discordancia con el pretendido discurso único, también desde los
sectores de la divergencia (los políticos, el campo, algún
periodismo, parte del empresariado y un electoralmente probado 74 por
ciento) no hacen otra cosa que estirar las distancias que nos
separan.
Solía
ser una delicia discutir porque los argentinos somos apasionados por
naturaleza y era esa una de las clásicas costumbres en las reuniones
familiares, la mesa de café, el club o en un velorio: política,
fútbol y mujeres nos devoraban buena parte de nuestro tiempo.
Ahora
es como si la contienda enfrentara al llamado grupo hegemónico,
liderado por PPT contra otro exponente de la hegemonía oficialista y
pensante que es su costoso aparato propagandístico, una de cuyas
banderas es 6-7-8.
A
los formadores de la libre opinión les han opuesto ese invento del
“periodismo militante”, desembozada y en algunos casos patética
maquinaria promocional que pretende influenciar masas desde una
ausente objetividad y precario equilibrio de pensamiento.
Como
si todo y reemplazando la maravilla de debatir, exponer ideas,
proyectos imaginativos, audacia creativa, lo más importante fuera
descalificar al oponente tanto desde una vereda lo mismo que desde la
otra.
No
es un solo sector y bien lo sabemos, el que estimula las profundas
grietas en la convivencia de los argentinos, porque el enfrentamiento
viene ganando en virulencia y agresividad para perjuicio de todos.
Cuando
las conflictivas circunstancias imponen la razón y el diálogo, es
como si se buscara exacerbar -desde ambas veredas- una especie de
nostalgia combativa y por ahora inerme, que nos remonta a los años
de la que llamaban “lucha armada” buscando entonces reemplazar
con ese mecanismo -antes con la violencia y ahora con la soberbia- la
vigencia de la Constitución y de las leyes.
Se
me ocurre que dejando de lado “la década ganada” es hora de
reflexionar sin perder la pasión pero recuperando el respeto;
propiciando el debate por encima de las imposiciones y del
mesianismo; pensando en grande y no tan solo con egoísmos políticos,
ambiciones de poder o vocación de perpetuidad.
La
filósofa española María Zambrano tiene razón, al sostener que las
utopías nacen solamente dentro de aquellas culturas donde se
encuentra claramente diseñada una edad feliz que desapareció.
Nadie
pretende ni sueña que saquemos masivamente el carnet de buenitos,
nos abracemos en las plazas, olvidemos los insultos, pero es hora que
caminemos codo a codo gobernantes y opositores, para hacer la Patria
grande que hace rato merecemos y ellos mismos hacen todo lo posible,
para que no sean eternos los laureles que supimos conseguir.
Gonio
Ferrari
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