30 de abril de 2014

Drogas y armas en las cárceles -------------- LA JUSTICIA TIENE LA OPORTUNIDAD DE DEMOSTRAR QUE LA REALIDAD NO ERA COMO MUCHOS LA IMAGINABAN





   Si se llega a un grado de impunidad como el demostrado, es porque todos los frenos legales y éticos se han visto superados, avasallados por una realidad que no es nueva pero a la que siempre se le dio la espalda.
   Las cárceles cordobesas son un desastre, porque se permite que así sean.
   Una boba explicación es que si no se aflojan las exigencias, los controles y la seguridad, los motines florecerían a diario y es más barato hacer la vista gorda que enfrentarse a un sangriento desastre como ya tantas veces ha ocurrido.
   Lo que llama la atención, si así fue, que los propios presos (o solo cinco, ya identificados) hayan puesto sus cabezas a merced del verdugo que para ellos es la ley: mostrarse en tales actitudes les asegura por lo menos mayor dureza en el trato que han de recibir, con relación a las visitas.
   Un famoso preso alojado tiempo atrás en la Penitenciaría supo comentar públicamente que “por lo que se sabe, a la droga no la salimos a comprar nosotros y es difícil que las traigan las visitas por el rigor de las requisas personales. A muchas visitas las conocen más por el culo que por la cara”.
   Toda una sentencia que al tomar estado público en nada modificó el reiterado ingreso de sustancias prohibidas al penal, tanto así que el alcohol y las pastillas pasaron al casi intrascendente chiquitaje del segundo plano.
   Era la hora de la marihuana y de la cocaína.
   La droga no llega en paracaídas, pero allí está.
   Igual que los celulares y las armas, hasta el punto que funcionan virtuales “call’s center’s” para la consumación de variados delitos.
   La función periodística no es en absoluto equiparable a las de los defensores, fiscales, jueces ni verdugos, pero frente a la crisis de autoridad, cuando la sociedad advierte que el respeto a la ley ha sido derrotado por la impunidad delictiva y la inacción gubernamental, apela a los medios de comunicación por entender que las soluciones se alcanzan solo por la vía del escándalo.
   Es por eso que muchas veces hemos calificado al nuestro como “país de soluciones pos mortem” porque siempre es necesario que alguien muera para que las autoridades se movilicen en procura de solucionar un determinado problema.
   Pero el tema de las cárceles ya ha sobrepasado la más febril de las
imaginaciones, cuando nos enteramos de manera fílmicamente documentada, de la existencia real de teléfonos ligados a Internet, armas y drogas en un penal de máxima seguridad, lo que nos lleva a pensar que en los otros más permeables el comercio y el consumo  ilegales son una fiesta.
   No es cuestión de acusar a nadie al voleo, sino de investigar con seriedad y sin compromisos, amiguismos u ocultas “relaciones comerciales”.
   No es bueno tender la cortina de humo que significan los consumidores de cocaína, los tenedores de armas o los usuarios de teléfonos, porque esa cortina les otorga tiempo y cubre a los verdaderos responsables de esta ridícula aunque no inédita situación.
   Investigar a todos, pero con todo, a través de la Justicia: en sus costumbres, en sus amistades, en su patrimonio, en sus legajos, pero que no se salve nadie.
   Es la mejor manera de rendir homenaje de reconocimiento a la sacrificada y riesgosa tarea de los guardiacárceles decentes, que deben soportar la eterna mochila de la sospecha por la deshonestidad de algunos vivillos que seguramente no actúan solos, a la hora de hacer daño y enriquecerse.
Gonio Ferrari

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