Para esta Pascua de
Resurrección, la cristiandad celebra con toda la pompa después del clásico
recogimiento, aquel milagroso acontecimiento emergente del sacrificio de Jesús.
Rondan por el mundo mil expresiones
distintas de abordar el drama de la crucifixión, pero ninguno -y esta es una
apreciación netamente personal- tan fuerte y tierno como su versión lunfarda,
más aún por tratarse de la creación de un cordobés no tan conocido como pudiera
suponerse.
Dimas,
el buen ladrón,
crucificado a la derecha de Jesús, era galileo y dueño de una posada.
Asaltaba a los ricos para favorecer a los pobres y aún siendo ladrón, se
parecía a Tobías, pues solía dar sepultura a los muertos, saqueaba a la turba
de los judíos; robó los libros de la ley en Jerusalén, dejó desnuda a la hija
de Caifás, que era sacerdotisa del
santuario, y sustrajo el depósito secreto colocado por Salomón.
Gestas, el mal ladrón, a la izquierda de Jesús, solía con
su espada matar a viajeros, y a otros
los dejaba desnudos y colgaba a las mujeres de los tobillos cabeza abajo para
cortarles después los pechos, y tenía predilección por beber la sangre de los
miembros infantiles; nunca conoció a Dios; no obedecía a las leyes y venía
ejecutando tales acciones, violento como era, desde el principio de su vida.
Ya en nuestros tiempos, Enrique Otero Pizarro fue
abogado, juez, educador, ministro y también pintor, poeta y boxeador.
Su obra literaria no
es abundante. Escribió cuentos, teatro y poesía. En Buenos Aires, en 1967, se
estrenó su drama “El proceso de Don Juan”.
Enrique Otero
Pizarro, que había nacido en Córdoba allá por 1915, fue un atildado sonetista,
parafraseó a Lope de Vega y abordó temas tan delicados y hondos como el de
ciertos pasajes bíblicos que se refieren a Jesucristo, cuya desacralización no
resulta para nada irreverente, aunque sí grotesca por la conjunción de gracia y
patetismo que alcanza especialmente con la utilización del lunfardo.
Acostumbraba a firmar sus sonetos, que quedaron inéditos, con el
seudónimo de Lope de Boedo.
Precisamente de la brillante antología que elaborara Luis
Alposte, es para recordar esta magnífica pieza de Otero Pizarro que don Edmundo
Rivero me regaló de su puño y letra, en ocasión de una nota que décadas atrás
le realizara para La Voz
del Interior en una de sus visitas a Córdoba.
DOS LADRONES
Hay tres cruces y tres
crucificados.
En la más alta, al
diome, el Nazareno.
En la de un guin lloraba
el chorro bueno
mangándole el perdón de
sus pecados.
Escracho torvo, dientes
apretados
mascaba el otro lunfa el
duro freno
del odio y destilaba su
veneno
con el rechifle de los
rejugados.
¿No sos hijo de Dios?
¡¡Dale!! ¡¡Bajate!!
¿Sos el rey de los
moishes? ¡¡Arranyate!!
¿Por qué no te bajás?
¡¡Dale, che guiso !!
Jesus ni se mosquió. ¡
Minga de bola !
y le dijo al buen chorro
estate piola
que hoy zarparás conmigo
al Paraiso.
Como se advierte, de ninguna manera se puede
tomar como una expresión ofensiva la utilización de un lenguaje marginal para
un tema de tamaña sacralidad en la historia del cristianismo, sino más bien que
es una manifestación del decir popular abordada con el debido respeto.
Es preferible, siempre, recordar la
veracidad de la historia en una reivindicación de la memoria, sin que mucho
importe la manera de hacerlo porque en definitiva se hace.
No hay peor y más cruel desmemoria que el
olvido.
Gonio Ferrari
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