27 de agosto de 2015

TUCUMÁN TIENE QUE DOLERNOS A TODOS

“Que nadie se vaya a dormir teniéndote miedo,
pues se despertará teniéndote odio. Si quieres
que te quieran no te hagas temer”.(Hugo Wast)

   No es la primera vez que desde el poder se instaura directa o indirectamente esa disyuntiva de hierro que es “nosotros o el caos”, por lo general como casi postrer recurso de asegurarse la continuidad incluso en el marco de la ley y con respeto al democrático mecanismo de la elección por la vía del sufragio.
   Por aquello tan viejo que es preferible malo conocido que bueno por conocer, no son pocos los que sucumben al espejismo del demagógico paraíso, especialmente para aquellos elegidos que optaron por aceptar la dádiva disfrazada de inclusión social que reemplaza a la más alta de las dignidades que es el trabajo.
   Y adhiriendo a una modalidad que en los últimos años de la historia argentina no ha sido
privativa de algún gobierno sino un distintivo de casi todas las expresiones del populismo, la industria de la vagancia por depresión de la demanda es la que muestra -en las estadísticas serias- un crecimiento que es paralelo al descenso en la calidad de vida de la que fuera tiempo atrás una lozana clase media.
   La decadencia de la educación que ahora nos coloca lejos del liderazgo sudamericano que solíamos lucir con orgullo, es para los entendidos una acabada demostración de la inconsistencia en los cimientos sobre los que se edifica la grandeza de un país y el bienestar de sus habitantes.
   Otro de los alarmantes índices de la decadencia es la penosa fragmentación de la sociedad, allí donde la intolerancia y el autoritarismo han conseguido quebrar fraternas amistades, desuniendo a núcleos familiares otrora férreamente consolidados en las buenas y en las malas.
   La imposición de la duda y del miedo han sido políticas a las que apelaron tanto el fascismo como el comunismo desde su variado abanico del pensamiento, como mecanismo para garantizar fidelidades hacia adentro y prepotencia hacia fuera: se coincide con ellos o se pasa a ser el más despreciable de los enemigos como parte de un sistema perverso sostenido por el terror y la dependencia que inspira.
   El clientelismo es un alimento infaltable que no requiere otro esfuerzo que la sumisión incondicional y la tácita imposición de multiplicar esa especie de ideología del ocio rentado, lejos de la transpiración y del esfuerzo.
   Tal el panorama que globalmente se advierte y se concentra ahora en Tucumán, probablemente a la sombra de uno de los tantos carteles vistos en las manifestaciones que tuvieron como agitado escenario a la plaza principal del jardín de la república: “Cuna de la independencia, tumba de la democracia”.
   Desde cualquiera de las dos veredas que se analice lo ocurrido allí en los últimos días, da lugar a una interpretación desapasionada, para concluir que las exageraciones no tuvieron excepciones en cuanto a su origen: el poder abusó de la represión y la oposición tuvo una desmedida actitud de victimización.
   Cada uno de los sectores buscó capitalizar las anormalidades que se observaron en el acto comicial y sus escandalosas derivaciones, llamando la atención que la justicia lugareña ni la federal hayan intervenido en salvaguarda del respeto a las leyes: quemar urnas no es fraude, maltratar y lastimar a ciudadanos, repartir bolsones casi junto a los centros de votación, falsear cómputos o amasijar a un camarógrafo parece que tampoco.  
   Actas que no coinciden ni por asomo con lo expresado por los sufragantes pasaron a ser un hecho común, lo mismo que la histeria y la soberbia de la cúpula gobernante y de la primera dama provincial que solo revalidó títulos anteriores en tal sentido, o el intento de
“colar” 3000 votos al recinto donde se hacía el escrutinio.
   Un escándalo tan diverso como brutal “se arregló” con un par de sanciones.
   A todos nos duele Tucumán y no es sólo una frase porque desde el poder se revitalizó la vigencia del miedo esgrimido por el feudalismo allí imperante, nacido en la impunidad, el sobresalto y el silencio.
   No es bueno el clima que se pretende instaurar a menos de dos meses de la elección presidencial.
   Porque en esa instancia más que la continuidad o no de un modelo, se jugará la libertad o no de muchos personajes -de una vereda y de la otra- que han prostituido y ultrajado el republicano estilo de ejercer la democracia.
   Torturas no son solamente los vejámenes físicos, la capucha y el secuestro.
   Ahora y para muchos en Tucumán, es como si Bussi aún desgobernara.
Gonio Ferrari

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