INFANTILISMO ARGUMENTAL O
SILENCIAMIENTO DEL CARTERO
COMO ESTRATEGIA DEFENSIVA
Es una verdad a voces y gritos que el condenado Lanatta nada tiene que perder estando sentenciado a perpetua y esa certeza puede haberle soltado la lengua, la imaginación y una irrefrenable sed, más que de revancha, de venganza frente a lo irreparable de su condición de preso al menos por 20 años más, lo que no es para desearle a nadie.
Ahora para colmo y después que tomara estado público el polémico reportaje, confinado como castigo a un recinto sin agua, sin luz e incomunicado con el exterior del penal, lo que si es así, sería una ilegalidad.
Es cierto que el manejo de los tiempos por parte de los productores del estigmatizado Canal 13 ha transcurrido para ellos almanaque en mano, por la ancha avenida que conduce a las elecciones en sus diversas instancias que nos llevarán a un futuro nacional de continuidad o de cambio.
No es mentira y cualquiera lo sabe que lo denunciado por el cada vez más obeso periodista es solo una escaramuza de la batalla que lleva a la guerra cívica que varios millones de argentinos librarán en el estrecho escenario de miles de urnas de cartón, mes y medio antes de desempolvar la poco respetada Biblia, un libraco con santas intenciones y preceptos que se usa para asunciones y juramentos, éstos casi siempre vulnerados. Y hace años no atienden en la oficina de demandas donde pueden acudir Dios y la Patria.
Por estas razones y seguramente sumadas a los valiosos intereses en juego tanto patrióticos como de los otros que prevalecen, tal es la sensualidad del poder, es para pensar que se avecinan tiempos de mayor turbulencia política, tomando en cuenta un detalle que vendría a repetir la conducta social que viéramos en el ’83 antes de la consagración de Raúl Alfonsín: esa especie de militancia vergonzante que escondía una intención de voto pero no se animaba a manifestarse por saberse minoría.
La quema del cajón con el emblema radical por parte de “Exterminio” Iglesias en el cierre de la campaña del peronista Italo Luder, para los memoriosos puede haber sido -seguramente lo dirá la historia- la gota que rebalsara el vaso e inclinara hacia quien fuera ganador, la balanza de los indecisos.
Y ahora es como si desde los sectores que no simpatizan ni comulgan con el poder, estuvieran buscando alguien que queme un cajón.
Y es probable que Lanata (y Lanatta) busquen entregarle un fósforo casi encendido al
superministro Aníbal Fernández persiguiendo idénticos objetivos y resultados de aquel no tan lejano 1983.
Y como con el correr de las horas la bola de nieve afecta a las encuestas triunfalistas, parece que para aquellos cuyo origen está en la violencia ideológica, apelaron a la intimidación baleando el edificio donde vive Lanata en un claro mensaje mafioso que como trágico resultado -que no se dio- pudo llegar a ser el silencio del cartero, cuando la carta ya fue leída.
Sorprende entonces y llama la atención que en defensa del lenguaraz matutino, algún funcionario empachado de inocencia o de ignorancia informática haya apelado a un recurso que con intenciones tramposas, es capaz de utilizar cualquier alumno que haya superado los palotes en el manejo de un ordenador y del correo electrónico donde es demasiado improbable dejar rastros lo que garantiza la seguridad del anonimato, lo mismo que baleando y apedreando una casa.
Es tan burdo y “trucho” el inventado intercambio vía chat que lo transforma, más allá de un acto desesperado, en una expresión de irrespetuosidad hacia la inteligencia colectiva; en un agravio a los argentinos que todavía piensan libremente por encima de los autoritarismos y los manotones de ahogados.
El episodio de esta siesta en el barrio de Retiro puede que no sea tan grave como muchos piensan, pero su gravedad la aportaron los sectores desde donde partió la versión que se trataba de un auto atentado.
No han sido muchos los compañeros de ruta del Jefe de Gabinete que le hayan acercado expresiones solidarias avalando su declamada inocencia en el caso de la efedrina y sus consecuencias.
Y desde lo más alto del poder, lo más elocuente ha sido el silencio.
No es para sostener que Aníbal Fernández -quien ha sabido jurar 17 veces, supongo que por la Biblia- esté ahogándose.
Para sus acérrimos defensores, es solo un inoportuno y pasajero ataque de tos.
Gonio Ferrari
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