NOS DEJÓ LUIS
REINAUDI
Fue Carlos Hairabedián, otrora
Carlos “Garó” (“amigo” en idioma armenio) cuando hacíamos los palotes radiales
en la emisora municipal L.V.17, quien tuvo la ocurrencia de mandarnos a cubrir
una concentración del viejo Boca Juniors en Saldán y allá fuimos con ese mocoso
grandote con cara de pícaro curioso que se subió al asiento trasero de mi Puma
98 primera serie, a la que apenas vio la bautizó “La Presumida” porque tenía
dos calcomanías en el tanque. Con el grabador Geloso en mano encaramos a varios
jugadores, en aquellos tiempos que eran generosos en sus declaraciones.
Así nos conocimos con el flaco
Luis Artemio Reinaudi y sin llegar a la intimidad de una amistad férrea y
cultivada, compartimos algunas otras experiencias periodísticas y luego nos
embarcamos -en cubiertas distintas- en ese barco que se llamaba sindicalismo
romántico que la modernidad y algunas glotonerías echaron a pique con el
tiempo.
Estudió, se esmeró, llegó y
triunfó en la profesión y jamás se me ocurrió pensar que iría a las huestes de
los cobradores de deudas, de las sociedades comerciales, de la defensa de los
delincuentes o de la minoridad porque su pasión por el derecho laboral inclinó
la balanza hacia esa especialidad en el ejercicio de la abogacía.
Luis Artemio era visceralmente
comunista, purísimo y auténtico PC intelectual, ideológica y espiritualmente
analizado y ventilaba en tiempos riesgosos su postura con una honestidad
maravillosa para muchos y peligrosa para otros, los violentos, con quienes no
comulgaba.
Por sus ideales conoció la
cárcel, la tortura y vio de cerca la muerte cuando abrazó la lucha por los
derechos humanos, causa en la que tantos -menos él- se prendieron detrás del
rédito político o económico. O por ambas apetencias.
Era tanguero y guitarrero
empedernido, fanático lector y cultor de la amistad verdadera, esa que no
necesita la presencia imprescindible ni las copas de por medio que la
certificaran y estimularan.
Su mejor amiga…
Su mejor amiga, se me hace que
fue también su peor condena: la pipa y su tabaco.
Tipo inteligente, lúcido y
profundo no ignoraba que el humo frenético, maligno y funesto terminaría
ganando la batalla, llevando la ventaja de siempre por encima del placer y la
compañía que encarnan su sabor y las volutas caprichosas.
Luis Artemio Reinaudi viajó,
adelantándose en el camino de una generación de profesionales que vivió
probablemente los años más oscuros de nuestra cercana historia, hasta el albor
de la recuperación del derecho y de la democracia que con muletas o como sea,
estamos gozando.
No fuimos amigos cercanos, más
bien amigos de sabernos tales.
Un adiós casi a plazo fijo, un
abrazo, una lágrima y una bocanada de humo.
Su partida me deja un
claro mensaje: el afecto y el respeto verdaderos no necesitan de la franela
diaria.
Si es cierto eso de la
reencarnación, ya nos encontraremos cantando un tango, leyendo un libro o
fumando una pipa.
Gonio
Ferrari
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