LLEGO LA PRIMAVERA ARRASTRADA
POR EL HURACÁN Y LA
LLUVIA PERO
DESPUÉS EL SOL GANÓ LA
BATALLA
¡Con qué ansias esperábamos cada 21 de
septiembre alentando inocentemente expectativas mayores que la Nochebuena, el
año nuevo o el propio cumpleaños!.
Más allá del clásico y soñado picnic junto
al río con sol, nublado o lloviendo; del acné indisimulable, de la primera
curda con sangría, ginebra con coca o del piquito que robamos a la compañera de
banco, estaba la maravillosa actitud de sentirse dulcemente joven, mucho más
joven que aquellos jovatos que andaban por los 30 años.
Esperábamos ese día, el Día de la Primavera,
el Día del Estudiante, sin tomar en cuenta, sospechar ni conocer la segura
preocupación de nuestra maestra, que debía ingeniárselas para contener a esa
banda mafiosa de 40 vándalos que terminábamos la primaria o nos sorprendíamos
en el secundario, esos -nosotros- que
aguardábamos de ella algo más que el sándwich y la coca, sino a veces
descubrirla como mujer, en el escote o en las piernas.
El Parque Sarmiento con su lago y los
precarios botes, las costas y playas del San Roque o las orillas del Suquía en
La Calera eran las ansiadas metas de nuestra liberada, mal contenida y evidente
revolución hormonal.
Nadie por entonces tenía la idea del raviol,
del paco ni del porro, sino más bien la fijación del porrón o del “coñac” Tres
Plumas y aquella actitud de sentirnos super machos por ahogarnos y carraspear
en las primeras “secas” de un Saratoga o de un Wilton.
La mayoría de los varones, ya en la
secundaria, asumíamos la sonrojada vergüenza de comprar un preservativo, dentro
de la mayor ignorancia acerca de su colocación y uso y que por lo general tirábamos
a la basura por no haberlo necesitado. Y ellas con alguna improlija incursión
por los labiales y el rimmel.
¡¡Eramos tan abiertamente pavos, como lo
indicaba nuestra edad!!
Y las exponentes del bello sexo eran tan
luminosas, atractivas y deseables, como lo imponía nuestra libido en etapa de manifestación
pilosa, crecimiento y explosión.
Pero ahora, antes de empezar a plumerear el
nicho y por una cuestión de nostalgia, asumimos la íntima llegada de la mejor
estación del año, como si los relojes se hubieran detenido tomándolo como una
cuestión de saber vivir porque todo es, en definitiva, saber crecer y madurar.
No debemos empeñarnos en ser eternamente
jóvenes.
Lo trascendente, es evitar sentirse y actuar
como viejo.
Por aquella lejana juventud, por la que
ahora vemos y muchos que por melancolía
no comprenden, miramos con el amor, el cariño y el respeto de la inútil envidia,
¡salud!
Aunque truene, azote el huracán, diluvie y
después el Sol gane la batalla y el único abrigo sea esa innegociable actitud
de mirar la vida con la joven y floreciente sabiduría del optimismo …
Gonio
Ferrari
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