LA DURA REALIDAD NOS OBLIGA A
PERDER DE A POCO LA INOCENCIA
Lejos ya de los sangrientos tiempos de
Herodes, la Humanidad en cientos de circunstancias ha dado muestras cabales de
cierta inocencia patentizada en las actitudes de los terráqueos.
Aprendimos a transformar e instalar en los
predios de la joda lo que fuera una tragedia histórica por aquello de los niños
asesinados.
Alteramos la casi bucólica tranquilidad
mediterránea una noche de 28 de diciembre de años ha, cuando un imaginativo
periodista de un Canal de TV local -gran amigo itinerante- tuvo la genial
ocurrencia de anunciar el aterrizaje de una nave extraterrestre en la Avenida
Circunvalación, lo que generó un impresionante caos pocas veces visto que casi
termina con el empleo de su autor, quien al final fue felicitado porque la
empresa pudo medir el rating de sus emisiones.
La inocencia de pensar que con una guerra se
asegura la paz, que con la riqueza de pocos se garantiza la comida de los
hambrientos, que la tolerancia de los inteligentes puede terminar con la
agresividad de los salvajes o que la paciencia triunfa por encima de la
ansiedad.
La verdad es que la guerra no deja de ser un
negocio, los más ricos hambrean aún más a los famélicos, los salvajes se comen
a los inteligentes y la ansiedad acelera los relojes para derrotar a la más
milenaria de las paciencias.
Y en nuestra doméstica inocencia de cabotaje
también sucumbimos de mil maneras cada día, creyendo entre otras cosas que
todos los gobernantes son buenos, que no hay comerciantes deshonestos, que no
existen los deportistas tramposos, que es posible la íntima y duradera amistad
sin sexo opuesto o que la fidelidad absoluta es un distintivo de la raza
humana.
Pese a todo seguimos pecando de inocencia,
creemos en las promesas, nos alimentamos de la demagogia hasta el empacho y
tenemos la infinita paciencia de esperar tiempos mejores, un deporte arraigado
en la vida de los argentinos que cuando nos tocaron momentos de esplendor,
fugaces y a plazo fijo, creímos haber ingresado al Paraíso del que nadie nos
iba a desalojar, para terminar casi sin darnos cuenta aplastados por nuestra
propia inocencia.
¿Será por eso, que casi no se hacen más
bromas -como antes, livianas o pesadas- en el día de los inocentes?
Gonio
Ferrari

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