UNA PAZ IMPRESCINDIBLE QUE
NOS EMPUJE AL CRECIMIENTO
¿Que ya pasó todo?
No… No es así.
Pensemos mejor, en que puede
ser el comienzo de algo que desde tiempo atrás venimos ansiando los argentinos:
recuperar la confianza en el poder si desde allí se obra con sinceridad, sin
tapujos, dobles mensajes, estadísticas dibujadas ni cargas ideológicas que a
veces todo lo desfiguran.
Fue por eso que los jubilados
estuvieron demasiados años cobrando en base a índices mentirosos manipulados
desde la ignorancia y la especulación política. Esa modalidad era parte de la
personalidad del poder de entonces más concentrado en disponer de fondos para
seguir derrumbando la cultura del trabajo con los planes “sociales” que no
exigían contraprestación, en lugar de dignificar el esfuerzo, el sacrificio y
el compromiso de servir; de sentirse útiles.
Se habla de gradualismo con un
sentido tan amplio, que imprudentemente lo contempla también con los acuciantes
y desoídos reclamos de quienes dejaron más de la mitad de sus vidas en la
fragua de la labor productiva. Los jubilados no pueden ser parte de las “listas
de espera” de tiempos mejores porque sus necesidades no son a mediano ni largo
plazo, sino para ser atendidas hoy.
A eso el kirchnerismo no lo
entendió jamás y obró en consecuencia porque arrastraba un concepto de Néstor Kirchner
echado a volar durante un discurso en el Teatro Coliseo de Buenos Aires acerca
de los pasivos cuando dijo: “Quién no quiere… quién no quiere dar buenas
noticias? ¿A quién no le gustaría decir tienen ustedes el 82 por ciento móvil
cuando sabemos que eso sería nuevamente la quiebra del sistema y la quiebra del
país? Algún día se podrá pero hoy no se puede… pero es tal la irresponsabilidad
que tienen, que no les importa nada…”
Por eso suele ser saludable
apelar a la memoria y al archivo, ya que después no recuperaron la responsabilidad
perdida. Echaron mano a los fondos de los viejos e inventaron entre otros
engendros el fútbol para todos, el salvataje a ciertas empresas en crisis, los
autos para todos y otros versos no menos onerosos.
Ahora si se aplica la nueva ley
con la firmeza necesaria, la mensualidad del jubilado será previsible y no una
especie de “bingo” que se sorteaba en marzo y en septiembre de cada año, aunque
personalmente debo asignarle a esta reciente medida un alto contenido de
recuperación del respeto hacia quienes largamente merecen el estado de jubileo.
Lo penoso ha sido el precio,
porque nada justifica el daño y el vandalismo en ese payasesco remedo golpista
alentado desde las usinas de la nostalgia, de la inexistente resignación, de la
fobia a la Justicia y de la alergia a los barrotes, todo unificado en los
personeros de la instigación y del saqueo ahora devenidos en aforados
legisladores de la derrota incluyendo a algún ex notable tardío y traidor que
se jugó por una indemnidad que lejos estuvo de afianzarse en las urnas aunque
haya conseguido una banca.
Buscaron denodadamente un
muerto porque con Maldonado y los otros mapuches, auténticos o no, no les
alcanzó y a los 30.000 o los que fueron, ya los habían usado. Por fortuna y
excesiva prudencia, quien diagramó el dispositivo de defensa no cayó en la
trampa y la sangre derramada no llegó al caudal que tanto necesitaban aquellos
insaciables de poder, fracasados en la instancia comicial.
Policías, transeúntes y
periodistas fueron las víctimas colaterales de la locura que desataron sin
obtener la respuesta ansiada.
Ellos, los artífices del
vandalismo, tendrían que hacerse cargo de los daños perpetrados en veredas,
pérgolas, negocios, mobiliario urbano, automóviles, hidrantes y muchos otros
elementos que sucumbieron a la furia incontenida de esos melancólicos dueños de
las añoranzas.
El pueblo se ha hecho escuchar
a través de sus representantes, elegidos en comicios ejemplares, en ejercicio
de la democracia.
Los otros, los intolerantes
autoritarios adornados o no con fueros, tendrían que dejarse de jugar a
bravucones y ponerse a trabajar por el país para paliar al menos el desastre
que dejaron activado y que debía estallar a manos de los enmascarados y
“artillados”, rentados profesionales del disturbio, el saqueo, la barricada y
la agresión.
El poder, ahora con los
instrumentos que argumentó necesitar tiene la oportunidad de enmendar errores,
corregir demoras y reinstaurar la confianza de la gente, en especial de los más
afectados y vulnerables que son los jubilados, ansiosos y merecedores de
consideración, respeto y justicia.
Transitemos un sendero de paz
imprescindible y cicatrizante.
Siempre hay perdón para los
descarriados.
Pero jamás olvidemos que la
historia no se escribe con amnesias.
Gonio Ferrari
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