NO MERECE QUE LO DESPIDA Y
POR ESO, PREFIERO RECIBIRLO
Darle el adiós al “Monito” Antonio
Carrizo y a su pasión por la fotografía es más o menos como que alguien se
emperre en hacerme creer que con el paso del tiempo se olvidó de andar en bici,
de jugar a las bolitas, del primer beso o de esperar cada enero a los Reyes
Magos.
Por eso que “recordar” viene de
“re cordis” -volver a pasar por el corazón- basta con mirar una buena foto en La Voz para sentir la presencia de uno
de los más hábiles y creativos ladrones de instantes que tuvo el periodismo
cordobés.
Ya lo sé… No se enojen porque
no ignoro que también hay otros que abrazaron y aún perpetran eso de cuatrerear
imágenes de la realidad para transformarlas mágicamente en historia, más allá
de los relojes y de los tiempos. Pero al “Monito” le tocó bailar en la más
caprichosa e impredecible de las épocas, cuando andar por la calle era de por
sí más que un peligro -como es ahora que te asalten, si son benévolos- el
riesgo cierto que te boletearan sin razón, desde una vereda o desde la otra,
sólo por cometer el pecado de documentar situaciones.
Y el enorme mérito de este aún
joven pero veterano chasirete -como les llamaban los antiguos- es que se inició
más abajo que desde abajo y trepó en base a sacrificio y profesionalismo esa
dura escalera que los imbéciles suelen llenar de obstáculos, para llegar a
ocupar un lugar de elevada consideración dentro del mundillo periodístico
mediterráneo.
A riesgo de mi propia
fragilidad de memoria es probable que me olvide de muchos de los que le
aportaron su sapiencia; su generosa mano tendida al empeñoso colega y entonces no
se puede omitir a Pedro Carranza, Huguito Allende, Víctor Saavedra, Alfredo
Moyano, Dilugo, Beguán y otros quienes desde mocosos aprendieron a su vez de
Novello, de Cacho López y de su padre Juan; de Ramirez y de varios más, cuando
el laboratorio y su férrea oscuridad era el terreno donde se ganaban o se
perdían las carreras contra el tiempo y contra los adversarios en ser primeros
o mejores.
Tuve el privilegio de acompañar
al “Monito” Carrizo en más de una instancia crítica, de esas que por encima de
nuestra aparente firmeza con la que buscábamos maquillar la pena y el espanto,
prevalecía el sentido de cumplir y dar siempre un paso más adelante, de esos
pasos que suelen ser el último de un periodista, de un fotógrafo o de un
camarógrafo.
Es cuando se sufre en silencio,
se estruja el alma y se aprende -sin ninguna vergüenza- a llorar a escondidas…
Por todo eso, por los momentos
compartidos; por la entrega profesional y solidario sentido del compañerismo
aunque hayamos dejado de estar espalda contra espalda en una calle, en un
tiroteo, en un incendio, o integrando el mismo equipo de fútbol y también
abrazados en el infortunio ajeno o en algunas injusticias, quiero darle al
“Monito” Carrizo, mi amigo, la mejor de las bienvenidas a este mágico mundo
donde por encima de las urgencias, de los cierres de edición y de las
exigencias de una comunidad ávida de documentos gráficos, prevalecen la
práctica y el goce del alpedismo.
Es humana y comprensiblemente imposible
dejar de lado este maravilloso vicio que es el periodismo al menos para quienes,
al igual que a Carrizo, se nos metió en las entrañas, allí donde atesoramos
alegrías y sufrimientos.
El plato de los recuerdos, de
las nostalgias, de las alegrías y de los horrores, está servido para nosotros,
los que jamás dejaremos de ser lo que fuimos porque sería pecar de ingratitud a
la vida que tanto bueno y malo nos ha regalado.
Para el “Monito”, justo
destinatario de numerosas distinciones por su labor -puedo asegurarlo- nunca
habrá un último “click”.
Gonio Ferrari
Periodista casi en reposo
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