Celebramos hoy un nuevo aniversario de nuestra
independencia que no acaba de concretarse pese al paso de dos siglos, más
concretamente 204 años y en un escenario de crisis pandémica que nos altera el
presente y plantea difusamente el mundo del que formaremos parte desde que la
ciencia y la disciplina en la lucha contra el microscópico enemigo, contribuyan
a que superemos el drama que agobia a la Humanidad.
Sostener desde un curioso sentido del
patriotismo que somos independientes, tomado con algo de escepticismo es para
confesarnos cultores de una mal disimulada hipocresía en coincidencia con lo
que siglos atrás sostuviera Cicerón: “De todos los hechos culpables ninguno tan
grande como el de aquellos que, cuando más nos están engañando, tratan de
aparentar bondad”. De alguna manera seguimos dependiendo, y no poco.
En lo
económico, por ejemplo, de los caprichos de la banca nacional y la internacional
que nos tienen agarrados de allí con la amenaza permanente de rotularnos
universalmente insolventes.
En lo
productivo, de lo que decidan el campo, la industria y otros sectores en nombre
de todos, como si todos tuviéramos soja, sembráramos trigo, cosecháramos maíz o
fabricáramos aviones, barcos, autos o motos.
En lo político los del interior
dependemos del humor porteño, de las trenzas que se arman, de los acuerdos que
se concretan, de las fidelidades que se exijan o impongan a cambio de la
“ayuda” del Tesoro Nacional, de las broncas que se generen o de las mentiras a
las que estaríamos obligados a tomar como bíblicas verdades.
En lo
deportivo, dependemos de cómo se estructuren los campeonatos sin componendas,
amistades ni “arreglos”; de cómo se comporten los árbitros y de qué apoyo
económico estatal reciban nuestras instituciones, la mayoría de las cuales ha
ido más allá de la “profesionalización” para caer en la más desembozada de las
politizaciones partidistas. En
lo cultural, de qué música nos impongan como
moda abdicando de la frescura que en tal sentido solía brotar y florecer de
nuestras raíces; en cuanto a tendencias implantadas, qué ropa nos insten a
usar, qué comidas y bebidas nos sugieran casi como una obligación de consumo.
Resumiendo,
seguiremos siendo dependientes de otros, tanto de afuera como de adentro,
mientras no asentemos nuestra propia identidad y aprendamos de nuestra rica
historia que el camino al procerato es arduo, sacrificado y patriótico más allá
de las apetencias materiales y la vocación por las inclinaciones dinásticas.
Esto se
resolverá cuando entendamos y obremos con coherencia de Nación, sentido de
argentinidad y respeto por todo aquello del pasado que no nos abochorne de
haber sido histórica parte y obligados protagonistas.
Aquel 9 de
julio de 1816 en Tucumán conquistamos lo que todavía es uno de los principales
motivos de la lucha diaria de los más de 44 millones de argentinos, porque no
es necesario inventar prohombres ni fabricar más bronce del que nos señalan el
tiempo, la historia y la memoria.
El pensamiento propio me obliga a sostener con el paso de los años -y su
peso- que la independencia es igual a la
libertad: si no es salvaje, no es aconsejable cometer la exageración de
llamarle independencia porque una cosa es el legado de aquellos próceres que en
Tucumán sacudieron el yugo de entonces y otra es la realidad actual que si
somos absolutamente sinceros en la evaluación ejerciendo la sana autocrítica,
llegaremos a la convicción que en muchos aspectos, seguimos tanto o más
dependientes que en 1816.
Y en todos los órdenes de la
vida nacional ocurre casi lo mismo al advertir lo que sucede en la economía, en
el deporte y en todos los usos y costumbres que son parte de nuestra no
definida identidad, que soportó y todavía soporta influencias no sólo de
nuestros antepasados nativos sino de quienes alguna vez nos sojuzgaron. Por
creernos independientes y autoválidos muchos sectores se encriptan en la
mediocridad, la creativa y abrumadora tecnología extranjera nos supera sin
esfuerzos y en la mayoría de los casos llegamos a destiempo y nos conformamos
con llamarle progreso a nuestra condición de armadores más que de fabricantes
de productos que en el exterior ya están discontinuados.
Resulta al
menos complicado y sujeto a un profundo análisis íntimo y sincero, que sin
sumisiones ni vasallaje podamos sentirnos patriótica y cabalmente independientes.
Entendamos alguna vez que la opción es sabernos siempre independientes, sin que
ello signifique la dañina perfidia de sentirnos aislados.
La Patria
somos todos y si estuviésemos unidos, sería mucho mejor…
Gonio Ferrari
Impecable Gonio.
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