9 de julio de 2020

ÚNICAMENTE LA RECONCILIACIÓN ENTRE NOSOTROS NOS HARÁ INDEPENDIENTES



Celebramos hoy un nuevo aniversario de nuestra independencia que no acaba de concretarse pese al paso de dos siglos, más concretamente 204 años y en un escenario de crisis pandémica que nos altera el presente y plantea difusamente el mundo del que formaremos parte desde que la ciencia y la disciplina en la lucha contra el microscópico enemigo, contribuyan a que superemos el drama que agobia a la Humanidad.
   Sostener desde un curioso sentido del patriotismo que somos independientes, tomado con algo de escepticismo es para confesarnos cultores de una mal disimulada hipocresía en coincidencia con lo que siglos atrás sostuviera Cicerón: “De todos los hechos culpables ninguno tan grande como el de aquellos que, cuando más nos están engañando, tratan de aparentar bondad”. De alguna manera seguimos dependiendo, y no poco.
   En lo económico, por ejemplo, de los caprichos de la banca nacional y la internacional que nos tienen agarrados de allí con la amenaza permanente de rotularnos universalmente insolventes.
   En lo productivo, de lo que decidan el campo, la industria y otros sectores en nombre de todos, como si todos tuviéramos soja, sembráramos trigo, cosecháramos maíz o fabricáramos aviones, barcos, autos o motos.
   En lo político los del interior dependemos del humor porteño, de las trenzas que se arman, de los acuerdos que se concretan, de las fidelidades que se exijan o impongan a cambio de la “ayuda” del Tesoro Nacional, de las broncas que se generen o de las mentiras a las que estaríamos obligados a tomar como bíblicas verdades. 
   En lo deportivo, dependemos de cómo se estructuren los campeonatos sin componendas, amistades ni “arreglos”; de cómo se comporten los árbitros y de qué apoyo económico estatal reciban nuestras instituciones, la mayoría de las cuales ha ido más allá de la “profesionalización” para caer en la más desembozada de las politizaciones partidistas. En lo cultural, de qué música nos impongan como moda abdicando de la frescura que en tal sentido solía brotar y florecer de nuestras raíces; en cuanto a tendencias implantadas, qué ropa nos insten a usar, qué comidas y bebidas nos sugieran casi como una obligación de consumo.
   Resumiendo, seguiremos siendo dependientes de otros, tanto de afuera como de adentro, mientras no asentemos nuestra propia identidad y aprendamos de nuestra rica historia que el camino al procerato es arduo, sacrificado y patriótico más allá de las apetencias materiales y la vocación por las inclinaciones dinásticas.
   Esto se resolverá cuando entendamos y obremos con coherencia de Nación, sentido de argentinidad y respeto por todo aquello del pasado que no nos abochorne de haber sido histórica parte y obligados protagonistas.
   Aquel 9 de julio de 1816 en Tucumán conquistamos lo que todavía es uno de los principales motivos de la lucha diaria de los más de 44 millones de argentinos, porque no es necesario inventar prohombres ni fabricar más bronce del que nos señalan el tiempo, la historia y la memoria.
    El pensamiento propio me obliga a sostener con el paso de los años -y su peso-  que la independencia es igual a la libertad: si no es salvaje, no es aconsejable cometer la exageración de llamarle independencia porque una cosa es el legado de aquellos próceres que en Tucumán sacudieron el yugo de entonces y otra es la realidad actual que si somos absolutamente sinceros en la evaluación ejerciendo la sana autocrítica, llegaremos a la convicción que en muchos aspectos, seguimos tanto o más dependientes que en 1816.
   Y en todos los órdenes de la vida nacional ocurre casi lo mismo al advertir lo que sucede en la economía, en el deporte y en todos los usos y costumbres que son parte de nuestra no definida identidad, que soportó y todavía soporta influencias no sólo de nuestros antepasados nativos sino de quienes alguna vez nos sojuzgaron. Por creernos independientes y autoválidos muchos sectores se encriptan en la mediocridad, la creativa y abrumadora tecnología extranjera nos supera sin esfuerzos y en la mayoría de los casos llegamos a destiempo y nos conformamos con llamarle progreso a nuestra condición de armadores más que de fabricantes de productos que en el exterior ya están discontinuados.
   Resulta al menos complicado y sujeto a un profundo análisis íntimo y sincero, que sin sumisiones ni vasallaje podamos sentirnos patriótica y cabalmente independientes. Entendamos alguna vez que la opción es sabernos siempre independientes, sin que ello signifique la dañina perfidia de sentirnos aislados.
   La Patria somos todos y si estuviésemos unidos, sería mucho mejor…
Gonio Ferrari

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