EL ORGULLO Y LA PASIÓN
DE SENTIRME CORDOBÉS
Cordobés no es tan solo ser
cuartetero, haber vivido en El Abrojal, gustar del fernet, tomar mate con
peperina, bañarse en las dudosas aguas del Suquía, saberse protagonista de la
gesta de mayo del ’69, sentir orgullo por la reforma universitaria, haber
conocido a la “Papa de Hortensia”, recordar andanzas por las Ponce,
trasnochadas en “L’escargot”, incursiones por el 990, los corsos de San
Vicente, las exposiciones en el Pabellón de las Industrias, la chetura de Los
Pozos Verdes y el Parque Autóctono o los bailes en la pista “Teneme el chico”,
el Sargento Cabral o “La Toscana”, haber leído Los Principios, Meridiano
y el
Córdoba y todavía leer La Voz del Interior.
Se me antoja que ser cordobés
incluye también otras sensaciones, placeres y nostalgias no tan sólo dignas de la memoria.
Ser cordobés contiene en tan
pocas letras -sólo 11- también el espanto de las crecientes de su río
parcialmente urbanizado, de su tránsito caótico, de la impostada solemnidad de
sus políticos, del folklore de sus colores deportivos, de los íconos ciudadanos
que el tiempo aporta en recuerdos, del concierto de campanas en cualquier
mediodía…
Ser cordobés supone la rebeldía
mediterránea llevada a las nubes de su práctica, ejercicio y consecuencias como
una especie de rito casi, casi fundamentalista que forma parte esencial de
nuestro ADN; que nos identifica con el placer cotidiano de sentirlo así.
Y como en un rezo me encanta
hacer retumbar en mis oídos y en todos los rincones del alma esa especie de
oración de amor, de entrega, de agradecimiento por sentirme genuinamente
cordobés en toda la enorme pureza de la condición de tal.
Porque desde que me acuerdo, y
que no son pocos años, lo digo desde el alma y con orgullo porque así lo
siento: Argentina es mi país, pero Córdoba es mi Patria.
Crecemos amando a la ciudad como es: anárquica
y sensual; desordenada y doctoral, con humor de sobra para exportar y
malhumor social para atender.
Aquí en Córdoba anidan el
orgullo de las raíces, la histórica arrogancia de sus luchas, la humildad
mediterránea y entre otras, las industrias del humor, del apodo y de los yuyos.
Porque somos sus hijos, amamos
a esta Córdoba magnética, romántica, mágica y soberbia, aunque la descuiden los
que debieran mimarla y hermosearla.
Córdoba tiene la protectora calidez de una mamá.
También asume su condición de
genuina madre sustituta.
Ciudad símbolo, ruidosa,
altiva, insegura y sorprendente, quiero abrazar ese poco prolijo laberinto de
tus barrios, los rumorosos bares de cada esquina, la estridencia de tus
avenidas, los colores de tus clubes, el malo y caro transporte urbano, los
candados de tus conventos, la pasión de tus políticos, la dañina insolencia de
tu río cuando crece, la intemperie de tus villas, la sonoridad de tus campanas,
el catálogo de tus baches, la penosa sorpresa de los cortes de luz, la casi
permanente asamblea de los municipales, la fiestera pachorra de tu Justicia, la
inimitable contundencia de tu tonada, la frescura de tus estudiantes, la protocolar
etiqueta de tus doctores, la columna vertebral de tu Cañada, la mugre sabatina
de tu invadida peatonal, la añosa certidumbre de tus templos, tu maravillosa
lozanía en el otoño, el silencioso abrigo del invierno…
Quiero más que nada, confesarte
cuánto te amo.
Por la generosa hospitalidad de
tu tierra.
Por el linaje de esas cadenas
que me ataron férreamente a tu historia, a tus días y a tu gente …
En este cumpleaños, y aunque vayan
muriéndose los siglos, ¡salud mi ciudad, patria de siempre …!
Gonio
Ferrari
Gracias Gonio Ferrari, siempre es en placer leerlo, pero hoy especialmente. Feliz Cumple Ciudad querida!
ResponderBorrarAgradezco los conceptos aunque a veces no me convencen los anónimos, pero bien vale brindar por esta ciudad tan generosa como anfitriona. ¡Salud!
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