Es innegable que los medios periodísticos
-especialmente los concentrados- han hecho desde que me acuerdo, una especie de
escandaloso culto al estrépito del tumulto y más cuando la principal
protagonista del alboroto nacional ha sido una mujer.
Como si las imposiciones de la moda fueran
un insulto para ciertos ojos críticos y una bendición visual para otras miradas
complacientes, esas de la forzada y declamada militancia por la obediencia
debida al aplauso y al dudoso buen gusto.
Todos los programas de televisión, por eso
que algunos sostienen que el país no genera noticias, se trenzaron a opinar,
hacer encuestas, convocar a los termómetros de la moda y hacer concursos
populares y nacionales sobre la conveniencia y la oportunidad, o no, de lucir
calzas.
Desde la oposición a esta prenda sostenían
que los kilos de más se resaltan, que los rollos se hacen más notorios, que la
edad no es la más apropiada y otros argumentos tan descalificadores como la
acusación de haber dilapidado el recato que debe adornar a toda persona
pública.
En cambio los de la otra vereda (siempre hay
dos veredas) baten palmas, dicen que tiene derecho a usar lo que se le antoje y
por eso tantos argentinos … y argentinas la siguen y la tienen como emblema;
como modelo a imitar.
Para colmo su hija, que por allí a la hora
de opinar es como si “le chiflara el moño” directamente no se mete con ella,
pese a que varias veces ha planteado posiciones antagónicas que en su momento
asombraron a sus simpatizantes -o no- de la pantalla chica o plasma grande,
donde la doña y usuaria de las calzas es frecuente y casi diaria figura.
En honor a la verdad, alguno de sus asesores
debiera indicarle que en homenaje al culto de la buena estampa, aparece como
desatinado usar esa prenda con su talla grandota, su edad tan poco apendejada y
el respeto que se debe a quienes por gusto o por bronca, la miran por TV.
No hay caso.
Es difícil que lo entienda, como tantas
otras cosas en las que se empeña filosofando por mostrar un conocimiento que
pierde credibilidad con el paso de los años.
Alguien de sus allegados tiene la obligación
patriótica de decirle a doña Moria Casán que ya no está para tales atuendos.
Ni para esos trotes.
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