La supina ignorancia con su componente
malicioso de confundir al cordobesismo con el delasotismo, no es para que nos
pongamos nerviosos o agresivos, sino que nos sirve para evaluar la inteligencia
-o la carencia de- con relación al funcionario que en el fragor de la tribuna
rodeada de aplaudidores, tuvo la desubicada y caústica fortuna de lanzar urbi
et orbe.
Para que lo sepa esta curiosa personalidad
de nuestra generosa esfera política nacional y popular, “melange” de rockero y
concheto, cordobesismo me trae las imágenes de Jardín Florido, de la Leo, del 990, del barrio
Clínicas, del gringo Tosco (en nuestra historia, “Gringo” habrá uno solo);
Bischoff, los festivales, la
República de San Vicente, Sabattini, la peperina, el salame
de la Colonia,
la Mona Gimenez,
los alfajores, La Cañada,
Negrazón y Chaveta y tantos otros íconos de enriquecen la memoria colectiva de
los mediterráneos.
En su condición de “zampado” al poder porque
su trayectoria no es brillante aunque haya sido elegido -lo que no supone la
tácita posesión de capacidad, honestidad e idoneidad- debiera saber que el
cordobesismo bien entendido y despojado de partidismos es también la rebeldía,
sus universidades, sus luchas, el campo, sus paisajes, su envidiado clima, las
piernas de sus mujeres, la mentirosa solemnidad de sus doctores y la sonora
vigencia de su tonada.
El cordobesismo es la generosidad del
anfitrión, la bravura de su río cuando se enoja y la pujanza de su industria si
es que tiene insumos que le permiten mantener su desarrollo.
El cordobesismo no es de la Sota sino las iglesias, sus
campanarios, la peatonal, la Papa
de Hortensia y la cieguita que vocifera en las calles del centro.
La pendejada portuaria, camporista y
autoritaria no tiene la obligación, ni siquiera moral, de saber todo esto
porque es complicado ilustrarse y conocer las idiosincrasias más próximas
viviendo como viven, en el termo de su propia incultura.
Así explicado, nuestro cordobesismo es la
puerta abierta a la sorpresa de vivirlo para sentirlo y es tan simple de
comprobar y gozar, que basta con una visita de un par de días.
Después de todo, para el cordobesismo y
tomado con humor alejado de cualquier ofensa, un motochorro más entre nosotros,
sacralizado en su impunidad, pasaría casi inadvertido.
Gonio Ferrari
Periodista casi en reposo
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