Tiempo atrás, cuando la inflación diaria
nos castigaba sin misericordia y a decir verdad con mayor salvajismo que en la
actualidad que es moderada aunque se la niegue, vimos nacer una modalidad en la
aplicación de los precios que el vocabulario popular comenzó a llamar el “por
las dudas”.
Si un producto valía 10 pesos y la inflación galopante lo llevaría al
día siguiente a los 12 pesos (o sea un 20 por ciento más) los comerciantes para
cubrirse a la hora de la reposición le aplicaban el “por las dudas” y el
producto finalmente se vendía a 15 pesos.
Así, esta alocada e incontrolable bola de nieve consumía los salarios
que nunca aumentaban en consonancia, los
créditos y préstamos se ajustaban a tasas impúdicas y la mayoría de la gente
cayó al pozo virtual de una quiebra de la economía familiar que naturalmente
arrastraba otras penosas consecuencias.
Sin ser apocalíptico, vemos que estamos recorriendo el mismo peligroso
camino que no tan solo amenaza la integridad de los bolsillos, sino la
fortaleza de la familia y la estabilidad de las instituciones de la República, porque una
economía inmanejable es la puerta de ingreso al caos; a la anarquía, a todo lo
que es difícil de superar.
Uno de los ejemplos más cercanos y más a mano como para tenerlo de
parámetro es el café que sirven en cualquier bar o confitería, porque si la
memoria no me hace una zancadilla, recuerdo que siempre existió la relación de
un dólar, con un café y con el precio del diario.
El dólar oficial, mentira verde y casi inaccesible está a menos de 6
pesos, el diario a 8 pero el café en la mayoría de las mesas urbanas se cotiza
a 15 pesos o más.
Una camisita de tela simple y barata no baja de 350 pesos y un par de
zapatillas tiene exponentes que van desde el viejo y añorado “champión” de 150
pesos, hasta las que lucen plantas con
aire a presión, desodorante, cuenta kilómetros y consumo de calorías incluídos, a más de 1.500 pesotes.
Me encantaría aunque lo considero inviable, contar con la sinceridad de
los comerciantes, siempre pañuelo en mano y profuso llanto, para que confiesen
abiertamente cuál es en realidad el porcentaje del “por las dudas” que le
aplican a lo que venden.
Esa modalidad, si, es la perversa manera de formar precios irreales y
divorciados de un escenario que si bien es grave, sería menos complicado si no
mediara esa costumbre que otra vez se está imponiendo.
Si tuviéramos la coincidencia absoluta de lo que es la solidaridad
ciudadana, haríamos como los pueblos maduros y desarrollados que sin acuerdos
pero tácitamente coinciden en no comprar, boicoteando a los productos con
precios abusivos.
Toda una utopía y a la vez un arma de doble filo.
Porque si la gente pusiera a la par el excesivo aumento de las cosas y
el sentido confiscatorio de muchos impuestos que se pagan para que el Estado no
haga nada, la gente así como dejaría de comprar, dejaría también de tributar.
Porque el Estado, por más que lo disimule, es uno de los principales
cultores del “por las dudas”.
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