Desgrabación
de los comentarios del periodista Gonio Ferrari en su programa “Síganme los
buenos” del 07-09-14 emitido por AM580 Radio Universidad de Córdoba.
DE
PATRIMONIOS Y POBREZAS
En los últimos tiempos
venimos acostumbrándonos peligrosamente a tomar con indiferencia, ganados por
el cansancio, enterarnos de ciertos patrimonios que han crecido
desproporcionadamente con relación a la realidad del país.
Pocos años atrás se
asignaba al éxito en su profesión de abogada el incremento de los activos de la
señora, aunque desde su ascenso en la política y como empleada del Estado debió
dejar de litigar.
Por eso llama la atención
que desde una posición declamadamente cercana, no a la indigencia, pero sí a un
discreto pasar, se haya operado un
considerable aumento de sus bienes.
Pero dejemos de lado ese
caso y vamos a otros símbolos de los últimos años que sin necesidad de
nombrarlos porque todos los conocemos, tuvieron la magnífica suerte de ser
tocados por una varita mágica que en poco tiempo les hizo abultar sus depósitos
dinerarios personales.
En momentos que el país,
o su gran mayoría, se debate en una crisis que la mayoría de los jerarcas
nacionales se empeña en ignorar, esas propias declaraciones aumentan las dudas
acerca de su legitimidad.
El colmo, como no podía ser de otra manera, estuvo dado en las afirmaciones del superministro nacional que parece haber olvidado el drama de su provincia: Capitanich cumplió con el mandato superior de anunciar que en Argentina se ha terminado con la pobreza.
El colmo, como no podía ser de otra manera, estuvo dado en las afirmaciones del superministro nacional que parece haber olvidado el drama de su provincia: Capitanich cumplió con el mandato superior de anunciar que en Argentina se ha terminado con la pobreza.
No dijo de qué manera ni
aportó mayores detalles, pero hay veces que ciertos anuncios, más allá de la
pena que provocan, significan una burla a la inteligencia colectiva.
Los que sí han dejado de
ser pobres, son varios funcionarios que hasta poco tiempo atrás eran solemnes
secos de toda sequedad financiera, y de buenas a primeras pasaron a ser
protagonistas y elegidos beneficiarios del milagro nacional y popular.
Que por lo visto, no es
para todos… ni todas.
EL
DELITO NO CEDE
Algunas medidas de impacto solo visual, no
alcanzan para revertir el preocupante panorama de la inseguridad en Córdoba,
acerca de lo cual es conveniente coincidir que la presencia policial en algunos
lugares y a ciertas horas se multiplica, pero los resultados no se advierten.
No basta con que la policía recorra las
zonas más densamente pobladas para hacerse notar y de alguna manera ahuyentar a
los cacos, porque lo único que consigue es que cambien de barrio o de
objetivos.
El patrullaje, al entender de los que saben,
debe hacerse desde las afueras hacia adentro, a toda hora y sin la
previsibilidad de los controles en puentes y lugares hartamente conocidos por
los hampones.
El hecho impactante por cierto, de la
presencia de las más altas autoridades policiales en los lugares donde se ha
perpetrado un ilícito, es solo marketing o expiación de las culpas por omisión
que varios policías deben sentir.
Y las reuniones con los vecinos no han
demostrado ser la mejor manera de terminar con la delincuencia, porque no bastan
los consejos de cuidarse mejor, de no repetir rutinas, de apelar a las alarmas
comunitarias o de cuidarse entre ellos: es la Policía la que debe
protegerlos.
Además en esos encuentros suele deslizarse
el consejo de no acudir a los medios con el argumento que eso no resuelve nada.
Y no es así: conocer la realidad sin
mentiras, maquillajes ni ocultamientos, es la mejor manera de enfrentarla.
Por allí la policía deja una imagen parecida
al retrato de la abuela: siempre en la cómoda.
EL
4 POR CIENTO NO ES POCO
Escuchar a los
funcionarios, y no excluyentemente a la máxima estrella de la cadena nacional,
no deja de ser un baño de frescura que desde la opulencia patrimonial nos
anestesia el alma y consigue, por nuestra fragilidad de memoria y de protesta,
trasladarnos al Paraíso con el que siempre soñamos los argentinos.
Tal sensación que nos enriquece el espíritu mientras ellos enriquecen sus cuentas corrientes y depósitos en sus paraísos -fiscales- suele durar hasta que algún impacto nos devuelve a una lacerante realidad, a la que poco a poco nos vamos resignando como si ese fuera realmente nuestro destino al final del caótico camino que desde el poder nos empujan a transitar.
Parece una pavada, pero el aumento del 4 por ciento aplicado a los combustibles demuestra una vez más, por si hiciera falta, que el Estado es un auténtico y malparido formador de precios, ahora desesperado ante el avance incontrolable de la inflación, del dólar marginal, de la desocupación, de la caída de reservas, de la desindustrialización y del malestar general que le ha cambiado el carácter a mis compatriotas, transformándolos en perros de presa más inclinados por trompearse que por discutir, intolerantes generadores de violencia y caos urbano e indirectos "fabricantes" de una inseguridad de la que todos somos víctimas.
Solo del 4 por ciento es el séptimo incremento en lo que va del año y con certeza que antes de Navidad nos sorprenderán con dos o tres más, con lo que están develando sus propias mentiras de bonanza y los fantasiosos dibujos del Indec que son una síntesis de la decadente patraña nacional ... y popular.
Cuando en unos días concluya el festival de la inevitable remarcación de precios, esa marioneta que todas las mañanas ocupa el púlpito de su iglesia berreta, pronunciará una de sus habituales homilías con la repetida parábola del reacomodamiento, que no es lo mismo que incremento.
Y los argentinos, al borde de reconocernos avergonzados frente al espejo de la conciencia por nuestra actitud de sumisión por acostumbramiento, apretaremos los puños y nos tragaremos la bronca y la frustración porque desde el mismo poder nos han inoculado el virus de la docilidad que íntimamente le llamamos prudencia.
Una prudencia que suele ser el creciente forúnculo donde el maldito pus del abandono y la mansedumbre, con el tiempo y su acumulación sin terapia que lo ataque, tiende a mutar para transformarse en escarmiento.
Es lo que -según sostenía sabiamente Perón- suelen hacer tronar los pueblos cuando agotan su paciencia.
Tal sensación que nos enriquece el espíritu mientras ellos enriquecen sus cuentas corrientes y depósitos en sus paraísos -fiscales- suele durar hasta que algún impacto nos devuelve a una lacerante realidad, a la que poco a poco nos vamos resignando como si ese fuera realmente nuestro destino al final del caótico camino que desde el poder nos empujan a transitar.
Parece una pavada, pero el aumento del 4 por ciento aplicado a los combustibles demuestra una vez más, por si hiciera falta, que el Estado es un auténtico y malparido formador de precios, ahora desesperado ante el avance incontrolable de la inflación, del dólar marginal, de la desocupación, de la caída de reservas, de la desindustrialización y del malestar general que le ha cambiado el carácter a mis compatriotas, transformándolos en perros de presa más inclinados por trompearse que por discutir, intolerantes generadores de violencia y caos urbano e indirectos "fabricantes" de una inseguridad de la que todos somos víctimas.
Solo del 4 por ciento es el séptimo incremento en lo que va del año y con certeza que antes de Navidad nos sorprenderán con dos o tres más, con lo que están develando sus propias mentiras de bonanza y los fantasiosos dibujos del Indec que son una síntesis de la decadente patraña nacional ... y popular.
Cuando en unos días concluya el festival de la inevitable remarcación de precios, esa marioneta que todas las mañanas ocupa el púlpito de su iglesia berreta, pronunciará una de sus habituales homilías con la repetida parábola del reacomodamiento, que no es lo mismo que incremento.
Y los argentinos, al borde de reconocernos avergonzados frente al espejo de la conciencia por nuestra actitud de sumisión por acostumbramiento, apretaremos los puños y nos tragaremos la bronca y la frustración porque desde el mismo poder nos han inoculado el virus de la docilidad que íntimamente le llamamos prudencia.
Una prudencia que suele ser el creciente forúnculo donde el maldito pus del abandono y la mansedumbre, con el tiempo y su acumulación sin terapia que lo ataque, tiende a mutar para transformarse en escarmiento.
Es lo que -según sostenía sabiamente Perón- suelen hacer tronar los pueblos cuando agotan su paciencia.
MAÑANA,
56 AÑOS EN LA PROFESION
Malcolm Forbes, quien para pensar no era
tonto, sostuvo tiempo atrás que “La
jubilación mata más gente que el trabajo”.
Y es cierto, porque si a uno le toca -como a
la enorme mayoría- la mala suerte de no cobrar una jubilación de privilegio,
corre el penoso riesgo de pasar a las huestes de los desposeídos.
Por eso, porque me encantan los manjares, el
buen vino, viajar y esquivarle a las penurias, no me jubilé de mi vocación y he
seguido trabajando, para llegar, precisamente mañana, a cumplir 56 años
ininterrumpidos en el ejercicio del periodismo que para mí no es un trabajo
sino una pasión, una adicción, un saludable vicio.
Ya ni me acuerdo por cuántas redacciones de
diarios, revistas, radios, noticieros de cine y canales de televisión he
pasado, en muchos tramos de mi vida con una curiosa simultaneidad, que a la
hora de hacer números, suman 110 años efectivos.
No es lo mío un acontecimiento social ni es
para tapa de diarios, recibir distinciones, reconocimientos, estatuillas, ser
ciudadano ilustre o que me envíen almidonados saludos protocolares.
Los que abrazamos esta profesión, sin dudas
la más invadida del universo, sabemos que nuestra lucha es hacia fuera y hacia
adentro, contra los oportunistas y los avivados de siempre que se cuelgan de
una ideología, de un personaje o de una promesa; pontifican aquí y allá, a los
cuatro vientos, juegan a que son comunicadores impolutos y por su militancia,
más que por la perofesión, reciben jugosos beneficios.
Puede que eso sea divertido, que les permita
facturar y socializar mejor que si fueran carpinteros, farmacéuticos o
artesanos -solo por citar casos distintos- pero cuando desnudan su liviandad de
conceptos o el compromiso es solo parcial, interesado y sectorizado, es que
descubrimos a los invasores de los que
hablaba.
Lo quiero festejar simbólicamente, sin
ceremonias, misas de acción de gracias ni nada parecido.
Todavía tengo amigos de fierro y colegas a
los que admiro y frecuento, porque quiero seguir aprendiendo.
Quiero celebrarlo evocando momentos,
trayendo al alma instantes únicos, recordando a los afectos que me acompañaron
y me acompañan: a mi familia que le tocó sufrir las persecuciones que me
agobiaron, las presiones, las amenazas y los malos ratos.
De no ser por ellos, probablemente hubieran
tambaleado mis convicciones y al primer traspié hubiera cedido al retiro.
Debo ser agradecido con los que me
enseñaron, cuando el periodismo se ejercía y no había aulas para aprender.
Debo
caer a la folklórica simpleza de confesar que mi universidad fue la calle, las
angustias, conocer el mundo, acercarme al horror, vivir instancias mágicas,
llorar a escondidas y ser feliz con la sencillez de un abrazo, de una caricia o
de un oportuno consejo.
Porque pese a los contratiempos, al
sufrimiento, a la marginación laboral de algunos sectores, cada uno de nosotros
tiene el mejor antídoto contra eso que es sentirse libre, que es la certeza de sentirse
útil.
Solo esto quería decirles, como una
confesión de vida, que en 56 años de trabajo me colmó de sorpresas.
En este mundo, aquí donde nadie regala nada
salvo que sea un despreciable demagogo, no existe placer mayor que seguir
trabajando; no abandonar lo alcanzado, porque la meta está siempre enfrente de
nosotros.
Y los malos momentos, la indiferencia y las
traiciones, en lugar de amontonarlos para que te hagan daño, hay que seguir el
dictado de Roberto Stevenson, quien tuvo la genialidad de decir “Mi memoria es
magnífica para olvidar”.
A mi edad y con 56 años de periodismo sobre
mis hombros y dentro del alma, no es necesario tocarle el timbre a la
nostalgia.
Esa dama sensual e imprescindible, tiene
siempre sus puertas abiertas.
Los delitos económicos llamados también de
cuello o de guante blanco, plantean un desafío y una de las nuevas
preocupaciones del derecho penal. Los especialistas los definen como delitos
íntimamente relacionados con los negocios y la política, propios de personas de
status social alto y con poder. Entre sus características describen como
comunes el pertenecer a estratos sociales privilegiados, contar con un
buen pasar económico y tener contactos con personas poderosas que les permitan
poder influir sobre la legislación y los medios de comunicación a fin de
mantener su impunidad.
Algunos autores hablan de una burguesía
mafiosa que debe llegar a un acuerdo con las instituciones del Estado para
poder sobrevivir y si bien tener dinero y poder no es sinónimo de ser
delincuente, claro está para el sentido común, que sí es condición sine
qua non para ser acusado de este tipo de delito.
Y es en este punto donde
se plantean discrepancias con la mayoría de los que fueron imputados y
condenados en la causa del Registro de la Propiedad que no tienen status social alto ni
poder, no son privilegiados con buen pasar económico, sino ciudadanos que
viven de su trabajo diario, carecen de contactos y/o influencias: de
hecho, mientras las condenas y prisiones preventivas gozaron de pomposa
difusión mediática, la mayoría de los medios fueron sordos a las voces de
reclamo de los imputados, aunque nosotros debemos ser la única excepción.
Es necesario un derecho penal justo que no
persiga sólo a quienes provienen de sectores socialmente desprotegidos. Los
delitos de los poderosos plantean un desafío importante que, como definió
textualmente la
Procuradora Alejandra Gils Carbó, "involucran
enormes cantidades de dinero y fraudes económicos que conducen a la
concentración de la riqueza".
Por ello mismo, querer aparentar la
persecución de esos delitos apresando y condenando a personas comunes sin
dinero ni riquezas, cuyo único privilegio es contar con una fuente laboral o
una formación profesional, es desviar peligrosamente el objetivo, perpetuando
la impunidad de los culpables y el daño que producen.
Sólo que en Córdoba se sospecha de un Poder
Judicial que parece que no quiere ver.
AUTOMOTRICES
EN GRAVE CRISIS
Mañana, sin que esto sea el apocalipsis pero
es una manifestación palmaria de la crisis, cerca de cuatro mil cordobeses
pasarán a ser víctimas, si, víctimas de suspensiones en la industria
automotriz.
En realidad si a ese número lo transformamos
en familias, el panorama no aparece tan alentador como se lo pretende vender
desde el poder, tal si viviéramos en un país híper industrializado, productor
de bienes a granel, exportador y generador de divisas.
Decir que estamos en la postración sería
exagerado, pero es más grave sostener que vivimos en el paraíso.
La mayoría de las automotrices instaladas en
el territorio nacional son de capitales extranjeros, aunque se diga que el
mayor componente de inversión es argentino.
Y ninguna de esas empresas ha venido al
país, o se queda entre nosotros por vocación filantrópica porque no regalan
nada y como negocio, solo tienen el horizonte de su rentabilidad, ahora
seriamente amenazada.
No es casual la marcada merma que operada en
la venta de autos y no tratemos de encontrarle otras explicaciones que no estén
vinculadas con la situación general.
Si los empresarios encanutan los coches es
una cosa, pero si el Estado lleva la realidad a que no se puedan comprar autos,
la culpa no es de los fabricantes, porque ellos no regalan nada.
Lo triste es que la variable del arreglo o
el fracaso es el trabajador, que está lejos de ser empresario y más lejos aún
de aparecer como jerarca que puede superar la crisis.
El peligro está en que esas empresas,
cansadas de los vaivenes políticos, opten por buscar nuevos horizontes que les
ofrezcan mayores garantías de permanencia y progreso.
La amenaza, lanzada ya veladamente por
algunos capos de la industria automotriz, debiera ser tomada en cuenta, con la
seriedad que se necesita, y no como parte de una sorda lucha que no conduce a
nada.
EL
DIA DEL MAESTRO
Cuando activo
la memoria y esa inestable neurona me lleva hacia la escuela primaria, me
encuentro con que una de las que fui alumno ahora es un shopping y la otra, el
Pio décimo de los salesianos, se me traspapeló en la bruma de los almanaques.
Soy de los tiempos en que la maestra, hasta
primero superior, era nuestra segunda mamá.
De tercero a quinto grado, la persona que
más sabía de la vida y sobre todo la que no perdonaba los horrores de
ortografía, mi desequilibrio matemático o los intrincados tiempos de los
verbos.
Ya en sexto, dejaba de ser la segunda mamá,
y era la peor de nuestras censoras, la que nos convencía que el Everest era más
alto que el Cerro de las Rosas, y que San Martín había cruzado los Andes.
Y la maestra, frente a nuestra explosión
hormonal, se transformaba mágicamente en un precoz objeto de deseo.
Así es como no olvido mis primeros viajes
imaginarios a los más recónditos rincones del planeta, la importancia del Pi
3,1416 o aquella fantasía de las frases que según la edulcorada historia,
habían pronunciado nuestros próceres al morir.
Pero tampoco olvido las torneadas piernas de
Marta Ceballos, la ternura y los ojazos de Perla Grimaut de Milich que hoy debe
andar por los noventa y tantos años, siempre lúcida, madre de Carlos que es mi amigo y abogado, y de
Cristina.
También me resulta inolvidable el fervor
etílico de un par de maestros que tenía en los salesianos.
Son parte de mis nostalgias como íconos
docentes, la Mima ,
Rosalba y Lucy Scanferlatto.
Es ahora cuando valoro más allá del obvio
ejemplo sarmientino, el sacrificio y el compromiso de la vocación por enseñar,
al menos en aquellos tiempos que la maestra era modelo a seguir más que
compinche para sus alumnos.
Que educaba y se llevaba tareas a su casa.
Que nos instruía para el aula y para la
vida, a diferencia de la actualidad que por imposición de circunstancias son
cocineras, confidentes, enfermeras, asesoras de sexo y administradoras.
Si el niño por aquellos tiempos tenía malas
notas, el culpable era el niño, como nunca debió ser de otra manera.
Ahora si el niño repite grado, es como si la
culpa pasara a ser de la maestra, muchas veces obligada a soportar agresiones
del grupo familiar de algún descarriado.
Por eso mi homenaje, no tan solo a quienes
con su sentido de la generosa entrega tuvieron la dura tarea de intentar
desburrarme, sino a las que me marcaron un camino de decencia, de honestidad,
de respeto y de compromiso con el prójimo.
Aquellas maestras, mis maestras, siguen
siendo iguales a las maestras de hoy, con los cambios lógicos que sobrevinieron
con la llegada del progreso en las comunicaciones.
Si hablamos de vocación, cada maestra sabe
cuál es la cuota de sabiduría y amor que ha puesto al servicio de sus alumnos.
Mi admiración, mi respeto y mi cariño por
ellas.
Por las de ahora y por las otras, las que
quedaron allá lejos pero muy dentro de mí, atesoradas en un rincón de mi alma
de niño.
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