Y
Parecemos
Felices
Parecemos
Felices
Escuchar a los funcionarios, y no excluyentemente a la máxima estrella de la cadena nacional, no deja de ser un baño de frescura que desde la opulencia patrimonial nos anestesia el alma y consigue, por nuestra fragilidad de memoria y de protesta, trasladarnos al Paraíso con el que siempre soñamos los argentinos.
Tal sensación que nos enriquece el espíritu mientras ellos enriquecen sus cuentas corrientes y depósitos en sus paraísos -fiscales- suele durar hasta que algún impacto nos devuelve a una lacerante realidad, a la que poco a poco nos vamos resignando como si ese fuera realmente nuestro destino al final del caótico camino que desde el poder nos empujan a transitar.
Parece una pavada, pero el aumento del 4 por ciento aplicado a los combustibles demuestra una vez más, por si hiciera falta, que el Estado es un auténtico y malparido formador de precios, ahora desesperado ante el avance incontrolable de la inflación, del dólar marginal, de la desocupación, de la caída de reservas, de la desindustrialización y del malestar general que le ha cambiado el carácter a mis compatriotas, transformándolos en perros de presa más inclinados por trompearse que por discutir, intolerantes generadores de violencia y caos urbano e indirectos "fabricantes" de una inseguridad de la que todos somos víctimas.
Solo del 4 por ciento es el séptimo incremento en lo que va del año y con certeza que antes de Navidad nos sorprenderán con dos o tres más, con lo que están develando sus propias mentiras de bonanza y los fantasiosos dibujos del Indec que son una síntesis de la decadente patraña nacional ... y popular.
Cuando dentro de una semana haya concluido el festival de la inevitable remarcación de precios, esa marioneta que todas las mañanas ocupa el púlpito de su iglesia berreta, pronunciará una de sus habituales homilías con la repetida parábola del reacomodamiento, que no es lo mismo que incremento.
Y los argentinos, al borde de reconocernos avergonzados frente al espejo de la conciencia ante nuestra actitud de sumisión por acostumbramiento, apretaremos los puños y nos tragaremos la bronca y la frustración porque desde el mismo poder nos han inoculado el virus de la docilidad que íntimamente le llamamos prudencia.
Una prudencia que suele ser el creciente forúnculo donde el maldito pus del abandono y la mansedumbre, con el tiempo y su acumulación sin terapia que los ataque, tiende a mutar para transformarse en escarmiento.
Es lo que -según sostenía sabiamente Perón- suelen hacer tronar los pueblos cuando agotan su paciencia.
Gonio Ferrari
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