UN
RETRATO DEL MIEDO
Claro
veredicto: “El
hombre que tiene
miedo
sin peligro, inventa el peligro
para
justificar el miedo”. Lo dijo Alain
En
un informe de National Geographic, cuya seriedad es reconocida y vale
la pena su transcripción, aparece una sintética definición: “El
miedo, comenzó siendo algo positivo en las sociedades prehistóricas,
que salvaguardaba a nuestros antecesores de peligros como los
depredadores, las inclemencias del tiempo y demás amenazas,
colaborando así en la supervivencia de la especie.
A
medida que las sociedades fueron avanzando, las teorías sobre los
temores fueron creciendo paulatinamente a estas, siendo utilizado en
muchas ocasiones por los grandes poderes para controlar a las masas o
para moldear a las poblaciones a su antojo.
Un
ejemplo claro de esto fueron las grandes políticas autoritarias, que
se apoyaban en el terror para asentar sus mandatos, como el nazismo
que asoló Europa durante los años 30 y 40 del siglo pasado, que
basó gran parte de su poder en el miedo.
También
la fundación de terrores en contra de otros colectivos o etnias ha
ayudado a la consolidación de sistemas políticos, demonizando y
achacando males y peligros a diversos grupos que en muchas ocasiones
distaban de encarnar las características que se les atribuían.
En
determinados momentos de miedo, puede llegar el pánico, que hará
que se desactiven nuestros lóbulos frontales, retroalimentando el
miedo y haciendo que se pierda la noción de la magnitud de este y en
muchas ocasiones el control sobre la propia conducta”.
De
ahora en más, el texto siguiente no se trata de un serio tratado
científico, estudio sociológico de masas ni es una incursión por
los intrincados vericuetos de la mente humana.
Es
solo un rejuntado de sensaciones vividas, mechadas con algo de
lecturas a calificados autores y sentencias de sabios pensadores, en
la convicción que lo importante es la conclusión que cada uno pueda
obtener al aplicar este “ungüento escrito” sobre las dudas, las
heridas o los recuerdos de las propias experiencias.
Desde
“el cuco” de la niñez lejana, pasando por “el viejo de la
bolsa” y el terror a la chancleta materna hemos venido superando
etapas para caer después al miedo a las oscuridades, al rigor de la
suegra y a los futuros inciertos como por ejemplo a la muerte, que es
una instancia tan inevitable como desconocida.
Los
libros coinciden en que es una sensación de angustia provocada por
la presencia de un peligro real o imaginario. También se lo
considera sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que
ocurrirá un hecho contrario a lo que se desea.
Entonces
no es aconsejable generar miedo ni intentar imponerlo, si nos
atenemos al pensamiento de Hugo Wast, quien dijo “Que nadie se vaya
a dormir teniéndote miedo, pues se despertará teniéndote odio. Si
quieres que te quieran no te hagas temer”.
El
miedo puede provocar horrendas sensaciones y llevar a situaciones
insalvables, pero jamás ese temor atávico nos puede condicionar las
determinaciones tomadas de corazón y con el alma en la mano.
El
día que íntimamente reconozcamos que tenemos miedo de pensar, será
cuando ya estemos en un infierno. Y esto, dicho sea para apelar a la
memoria y al análisis y no para infundir pánico ni terror.
Inocular
el miedo en la sociedad es tan vil como contagiar enfermedades
infecciosas.
Y
la única vacuna para liberarse de esa presión torturante y
fascista, es el ejercicio del pensamiento libre y la plena libertad
de conciencia al optar a través del voto.
A
los miedos argentinos -espantosos y sangrientos- tendríamos que
haberlos sepultado el 10 de diciembre de 1983.
A
quienes no lo hicieron, el miedo los acompañará hasta la tumba.
Porque
el miedo es el peor y más perverso de los tiranos.
Gonio
Ferrari
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