Nunca como
este año, la Naturaleza
se burló
tan
descaradamente del calendario jugando
con lluvias
y tormentas, para defraudarnos al
postergar
su deber de traernos la Primavera
Los cordobeses hemos
estado viviendo desorientados con relación a las estaciones que nos indica con
su infalible rigor el almanaque y a las temperaturas que de un día para el otro
nos agobian por la pegajosa humedad, o nos obligan a sacar del placar la
camiseta, la campera y el pulóver que habíamos arrumbado para no verlos ni
tocarlos hasta el año que viene.
Pero finalmente, cuando suponíamos que la primavera no se había enterado
que debía alegrarnos la vida y seguía paseando por otras geografías, se
aquerenció pidiendo disculpas y haciendo anunciar su insólita tardanza con truenos,
relámpagos, ventarrones, lluvia a raudales y generoso granizo.
Que ya está entre nosotros la estación de la juventud, la bandera
estudiantil, la forjadora de romances, la fabricante de flores, verdores y
perfumes, se nota en el calor que industrializa la maravilla de las sonrisas,
los ojos luminosos y la ansiada brevedad de la ropa.
Una simple recorrida por la invadida peatonal cordobesa, nos regala el
magnífico y gratuito cuadro de la pasarela permanente por donde desfilan ellas,
las dueñas de las miradas y destinatarias de los suspiros y de otras clásicas
manifestaciones de masiva y sonora aprobación.
Inspiradora de poetas la primavera en su esplendor ha recorrido etapas
tan placenteras como desatadamente románticas hasta llegar a la lujuria, aunque
en tiempos pasados y no tan lejanos para aludirla se empleaba más el recato que
ha sucumbido a la inspiración actual simbolizada por las eróticas y hormonales
exaltaciones del amor en su práctica, más allá de las vetustas y anticuadas
teorías que pretendían definirlo.
Por eso es bueno rescatar de la memoria algunas expresiones poéticas
consideradas audaces allá por mediados del siglo pasado que son un caramelo
para el alma, porque están desprovistas de la intrepidez y la osadía literaria
de la actualidad que más se aproxima a lo explícito que a la ensoñación.
Es una pena no recordar el nombre del autor de “Margot”, un soneto delicioso y todo un
atrevimiento para aquellos tiempos, aunque por el título se puede llegar a
deducir un parentesco tanguero y lejanamente lunfardo:
MARGOT
Pasa Margot con su bolsón de raso,
largo el andar y la pollera breve
y muestra el muslo su filón de nieve
con cada balanceo de su paso.
Ojos rasgados, con mirar de ocaso,
boca sensual para el mordisco aleve,
senos en flor luciendo su relieve
desnudos, bajo de la blusa acaso.
Se detiene en la esquina y con delicia
suya el viento mancebo la acaricia.
El viento sabe de caricias tiernas.
Y al formarse una arruga en su vestido
parece que Margot ha consentido
que le ponga una brisa entre las piernas.
La verdad, una suave ternura que pinta no tan solo al personaje sino a
tiempos cálidos, con imaginables y sentimentales esquinas de barrio donde al
evocarlos, se cruza la roja y cilíndrica figura del buzón con su vientre lleno
de palabras, arrasado por el progreso.
Ya está, algo tardía, pero en todo su esplendor la primavera dueña de
soles y de caricias; de fantasías y de esperanzas; de pétalos y de abrazos… y
también de nostalgias.
Gonio Ferrari
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