ELLAS, EN DISTINTOS ESCENARIOS
Se entiende a las mujeres como se entiende
el lenguaje de los pájaros: por intuición o de ninguna manera.
La mujer casada, en su estado perfecto es -o
debe ser, si de idealizar se trata- la prolija síntesis del orden, buena mano
para la cocina, indiscutible administradora, mejor planchadora de camisas,
adivina de lo que su marido va a pedir, siempre sonriente, bien llevada con su
suegra, de mutua adoración con las cuñadas y de carácter complaciente, aunque
la realidad la castigue.
La mujer casada, fiel a morir aunque
coqueta, deseable, comunicativa y enterada de todo lo que acontece en los
grupos familiares más cercanos, es decir en el de sus padres y el de los
parientes políticos.
Hay tantas cosas para demandar a la mujer
esposa por parte de los hombres, que en nuestro atávico egoísmo es como si
quisiéramos imponerles tal cúmulo de obligaciones, que no les dejen tiempo para
vivir, para pensar y para ser felices.
Cuando en realidad, supongo, es lo mínimo
que les debemos asegurar.
Como no tuve hermana lo que diré ahora no
será otra cosa que una simple manifestación de anhelos, posiblemente basados en
experiencias ajenas, en situaciones conocidas o por simple y humana intuición.
Supongo que si hay una sola palabra que
sintetice a la hermana, esa palabra es cómplice.
Porque no debe ser lo mismo confiarle una
cuita al hermano que escucha por escuchar, casi por compromiso, que a la
comprensión de ella, la que sin dudas todo lo perdona.
Supongo también que confiarle algo a la
hermana es como hacerlo con la mamá, pero mas joven.
Como confesarse, pero con ella que no
pregunta, no reprende ni castiga.
Imagino que con la hermana existe un recóndito juego de complicidades y tácitos
pactos de silencio, nacidos de una comprensión mutua, en el sigilo, pero sobre
todo en la vocación protectora que la hermana, especialmente, tiene por el
simple hecho de ser mujer.
El imaginario popular sostiene, en la
mayoría de los casos, que la amistad entre un hombre y una mujer no pueden
existir.
A mi criterio, un concepto totalmente falso
siempre y cuando se lo aborde con inteligencia, pensando con el corazón… y no
con la entrepierna.
No es necesario arrugar sábanas con una
mujer para considerarla amiga.
No es necesaria la dependencia física
recíproca, para que hombre y mujer sean amigos.
Basta con que piensen como personas, y
actúen como tales.
La mujer amiga es la que te aconseja sin
pasiones, te contiene sin intereses secundarios y te alienta en acciones a las
que otros pueden calificar como inútiles.
La mujer amiga te cuida de sus amigas y de tus amigos.
En pocas palabras, puedes hablar de sexo con
tu amiga sin que ninguno se ponga colorado, se sobresalte o diga que no lo
sabía.
Y resumiendo, una amiga es como un hermano,
pero con lolas.
Que las hay, las hay como las brujas.
Que son un mal necesario, como los abogados.
Que por algo lo hicieron, como tantas …
Qué algún motivo habrán tenido.
Que este desgraciado quiere que sostenga la
casa con mil pesos por mes.
No se trata de presentar un rosario de
justificaciones o de pretextos para asegurar que existen las mujeres infieles.
Sin embargo, considero que con ellas se
comete una tremenda injusticia, nacida y alimentada por una sociedad machista.
La mujer infiel pasa a ser una escoria en el
círculo de sus relaciones.
Pero cuando la infidelidad es atribuible al
hombre, para su círculo de amigos se lo considera una hazaña, un triunfo de la
picardía por encima de las correctas reglas de convivencia y el respeto hacia
quien merece ser respetada.
Cuando se quiebra el cristal de la
fidelidad, lo quiebre quien lo quiebre, ya nunca será el mismo.
No hablemos entonces de la mujer infiel,
sino de la persona infiel.
Aunque hoy, por obligación, pareciera que la
única infiel es la mujer.
Es muy común que los hombres prefieran tener
a hombres, solamente, en el ámbito de su trabajo cotidiano.
A lo mejor, aparte de ser una expresión de
egoísmo y oculta discriminación, el hombre más que compañeros necesita
cómplices.
En cambio las mujeres por lo general se
sienten muy cómodas en el terreno laboral cuando les toca compartir largas
horas con hombres.
Y si están a su cargo, les aseguro que son
más comprensivas y respetuosas en la atención de sus quejas, inquietudes o
sugerencias.
Hasta los servicios de Inteligencia del ejército
de los EE.UU. aconsejaron la apertura laboral hacia el sexo femenino, una vez
que comprobaron que la eficiencia militar había aumentado, con el ingreso
experimental de mujeres en puestos clave, que antes estaban reservados a los
hombres.
El poder de comprensión natural que adorna a
las mujeres, es un detalle que los hombres en su trabajo no han podido
alcanzar, simplemente porque no está en su personalidad.
Por otra parte el machismo, esa equivocación
que la historia viene arrastrando desde tiempo inmemorial, le ha hecho más daño
a la producción mundial que los errores en que pudieran haber incurrido las
mujeres.
Este no es un alegato en defensa de ellas,
como ejecutoras de la autoridad.
Una autoridad, espacios y tiempos que con el
paso de los años y poco a poco, han venido conquistando lenta y pausadamente.
Al decir de un machista, despacio y con
seguridad, igual que los venenos …
¿Toleraría usted una médica mujer,
haciéndole un exámen de próstata, con las mismas técnicas que emplean los proctólogos?
¿Por qué las mujeres confían más en un
ginecólogo?
Son preguntas que lógicamente tienen sus
respuestas contundentes pero que nadie se animaría a contestar, al menos
públicamente y con la garantía de no ruborizarse.
Pero es así.
Las mujeres abrazan el compromiso y el
juramento hipocrático con mayor responsabilidad profesional que los hombres.
Puedo asegurar que del conjunto de médicos,
el 95 por ciento de los hombres cobra plus y las mujeres ni siquiera alcanzan a
la mitad.
¿La explicación? Muy simple, primaria y
elemental: la mujer posee una mayor sensibilidad social que el hombre y una
enorme predisposición en luchar contra las injusticias.
Y esa médica está convencida que el cobro de
plus, más que una injusticia, es un vil despojo a un semejante que para peor, está
enfermo.
Las arquitectas diseñan mejores espacios
verdes que los hombres, porque son más sensibles a los colores.
Las abogadas son capaces de llegar hasta más
allá de lo prudente, en la búsqueda de un arreglo que impida el traumático paso
por los estrados de Tribunales.
Todo esto, a grandes rasgos, las hace
distintas.
Gracias a Dios, no somos iguales.
Trabajando en México, varias décadas atrás,
mis compañeros me decían que allí, en su país, eran todos machos.
Jamás entendieron mi explicación de
argentino, cuando les quería hacer entender que nosotros éramos mitad y mitad,
pero que era más divertido.
A lo mejor el uniforme no te deja ver si ese
soldado que corre fusil en mano esquivando balas que vienen de frente y misiles
que caen a sus espaldas, es un hombre o una muchacha.
Tu sorpresa será mayúscula cuando descubras,
en un marco de sudor y de espanto, un par de ojazos color miel que te miran con
el desafío de haber llegado: es una mujer.
Lo mismo lo hubiera hecho un militante.
Lo mismo, no sé si lo hubiera hecho un
general.
Es que la guerra moderna, la que alguna vez
nos ha tocado vivir, jamás diferencia a los combatientes por su sexo sino por
su compromiso, por su arrojo y por su valentía.
No hablemos del desprecio a la vida, porque
en esa podemos estar varios, seamos soldados a no.
Pero el coraje, la temeridad y la bravura de
las mujeres en el campo de batalla, en nada tienen que envidiar a las acciones
de los hombres.
¿Las razones?
Uno busca encontrarlas más allá de lo
estrictamente militar y advierte que esa conducta, ese temperamento, está
regido por el fuego de la justicia, mucho más desarrollado a mi entender, en
las mujeres que en los hombres.
Si la combatiente está convencida de la
justicia de su causa, no habrá quien la pare.
Es una verdad que lamentablemente
corroboramos cada vez que leemos en los diarios, o la televisión del mundo nos
muestra el rostro descarnado de la guerra y las consecuencias que pagan ellas,
las mujeres que se inmolan por una causa que consideran noble.
¿Le parece poco, tratándose de una débil
mujer?
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