El optimismo del mandamás de los docentes, asegurando que la última
oferta del gobierno provincial era tentadora y casi con certeza se podía llegar
a un arreglo, despertó en los maestros un sentimiento de rechazo que seguramente
la dirigencia no esperaba.
Las clases ya llevan una semana de demora y es imposible aventurar una
definición, igual que en los partos “que vienen de nalga” y son de resultado
impredecible, aunque haya servido a la cúpula de la Unión de Educadores para
entender que quienes mandan son las bases que no se dejan llevar de las
narices.
Parece que ya pasó aquel tiempo que en las asambleas se resolvían
medidas “arregladas” con el gobierno de turno, ante una asistencia que no podía
pasarse horas y horas debatiendo para llegar a desgastarse, que es lo que
buscaban los oportunistas y así resolver lo que se les antojara entre gallos y
medianoche.
Una muestra cabal del magro sentido de la voluntad de diálogo por parte
del gobierno, que tuvo tiempo suficiente para evaluar y arreglar una situación
que se venía insinuando desde noviembre pasado por lo menos.
Cuando las cosas se encaran con la presión del calendario es que
resultan engendros inaceptables nacidos del apuro por una parte y de la falta
de imaginación y escaso compromiso por la otra, que deja para esconder en el
arcón de las mentiras todas las promesas preelectorales.
Tres meses en los cuales se permitió que el deterioro edilicio en varias
escuelas se acentuara, cuando para el inicio de clases debieran estar
relucientes o por lo menos habitables, sin riesgos ni obras inconclusas.
Ahora es el tiempo de la reflexión seria, de las conversaciones atinadas
y de desactivar un promesómetro que trabajó a destajo y allí tenemos las
consecuencias.
El descuento apresurado de los haberes realizado de manera alocada por
la improvisación, exaltó con toda justicia los ánimos de quienes no acataron
las medidas de fuerza o estaban enfermos. Y eso más que un error, bien puede
ser tomado como una provocación tan burda como inadmisible.
La educación es un derecho humano inalienable y como tal debiera ser
tratada desde los dos sectores en pugna. Pero que el poder entienda que la
manija no está en manos de los dirigentes sindicales, rebasados por la
indignación y las injurias de que han sido víctimas hombres y mujeres
sacrificados, paradigmas de la educación.
Son las bases las que mandan y eso ha quedado demostrado.
Ahora aprenderán a escucharlas antes de
resolver arreglos que a pocos convencen, mientras se acumulan los días de
inactividad.
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