27 de abril de 2016

Zannini, en la tribuna y en vuelo ---

EL ESCRACHE  ES  UNA CLARA
MANIFESTACIÓN DE COBARDÍA

   Los dos episodios que tuvieron como víctima más que como protagonista a Ricardo Zannini, reciente derrotado candidato a la vicepresidencia de la Nación y hombre fuerte del riñón kirchnerista, pueden inscribirse en la memoria colectiva como manifestaciones no tan solo de odio desmedido, sino de una grosera pusilanimidad alentada por un fascista espíritu de patota.
   Es imprescindible la memoria pero no es para nada aconsejable la venganza, en momentos que desde los sectores del pensamiento moderado vienen buscando al menos achicar la grieta que cada día separa más a los argentinos por diferencias políticas o enfoques ideológicos, situación que se generara por la pretendida imposición del discurso único por parte de los fanatizados cultores del más rancio oficialismo caído en las urnas.
   Así como mirábamos con espanto y censura los bloqueos camioneros a la salida de importantes diarios nacionales y la profusa pegatina de afiches callejeros,  en los que descalificaban a periodistas que osaban pensar distinto de los postulados del modelo nacional y popular, la indignación colectiva que surgiera por lo ocurrido en una tribuna de la “bombonera” boquense y a bordo de un avión que partía rumbo a Miami, nos devolvió a superados tiempos de barbarie.
   No es ni será posible reconstruir al país ni alcanzar la paz dentro de la sociedad mientras sigan ocurriendo hechos como los repudiables escraches, de los que supieran hacer gala -al amparo de la impunidad- algunas organizaciones que vaya paradoja, se presentaban como defensoras de los derechos humanos.
   De nada sirven las ridículas estigmatizaciones alimentadas por el odio y sólo contribuyen a fortalecer desencuentros, más aún cuando leemos a Aristóteles quien afirmaba “Procuremos olvidar lo que traído a la memoria nos entristece”. Y en el peor de los casos, si optamos por la indiferencia, al menos evitemos ser multiplicadores de excesos ajenos pero sin dejar de atesorar en los íntimos lugares de los recuerdos, ciertas actitudes repudiables.
   La costumbre y práctica del “escrache” es un caso de irrefrenable cobardía, con un torpe aprovechamiento de alguna momentánea indefensión de su destinatario y que en nada coadyuva a la cicatrización de traumáticas heridas en la sociedad.
   Sin tantas palabras, el escritor francés Alphonse Daudet tuvo una definición terminante: “El odio es la cólera de los débiles”.
Gonio Ferrari

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