11 de diciembre de 2019

Casa Rosada, Congreso y Plaza de Mayo


EL ESPECTÁCULO FUE LA MULTITUD
Y PRIMERA  ACTRIZ LA DEMOCRACIA
 
Al único efecto de ahorrar espacio para que prevalezca lo más trascendente, es posible sintetizar que las ceremonias a nivel municipal y provincial estuvieron dentro de lo medianamente previsible por dos razones que podemos considerar fundamentales: lo de Schiaretti fue un simple trámite de continuidad consagrada y el cambio de Llaryora por Mestre -o viceversa- la culminación o el comienzo de una situación que no terminó allí, plagada de bemoles, contradicciones, desorientaciones y escondrijos que determinaron que días atrás se quebrara lo que debió ser un civilizado tiempo de transición.
   El plato fuerte estaba a 700 kilómetros de nuestra Córdoba, allá donde atiende el Dios que dicen está en todas partes.
  Un carnaval cívico con el colorido de las pancartas y los carteles, desempolvados estandartes guardados durante cuatro años, siglas a las que nos habíamos desacostumbrado y la extrañeza por la minoría notable de los colores azul o celeste y blanco abrumados por otras tonalidades de mayor resaltación.
   Para los mediáticos especialistas del mundo de la farándula está la minuciosa e invasiva evaluación de los atuendos de ellos y de ellas, para los chismosos de arte menor la presencia con ropa masculina del hijo del presidente entrante y de su maquilladora y a la vez pareja, la actuación de artistas beneficiarios en su momento de jugosos contratos en pago de su militancia, la elegancia de la ex primera dama, el gesto del presidente entrante de empujar la silla de ruedas de la vicepresidente saliente, el renovado rito de los pies cansados en las fuentes, la ¿ausencia? de doña Hebe y sus seguidoras y otros detalles que la televisión mostrara a lo largo de todo el día.
   Realmente llamativo e impensado y para muchos conmovedor, el prolongado abrazo entre el Dr. Fernández y el Ing. Macri antes que éste le entregara el bastón presidencial, como patético y casi torpe el gesto de la viuda de Kirchner en el momento de dar la mano -en realidad se la prestó por un fugaz instante- a quien cuatro años atrás la reemplazara en el sillón de Rivadavia. Tampoco aceptó firmar un acta con la lapicera que había utilizado Macri. Para muchos incluyendo a varios de su propia tropa, sonaron como actitudes de caprichito o berrinche adolescente, desprecio y revancha que seguramente entraba en las previsiones de que eso podía ocurrir, al menos para los conocedores del paño pero cercano a la ofensa en el análisis de los especialistas en protocolo y ceremonial, que suele ser -para qué negarlo- la consagración de la hipocresía.
   Casi desapercibida pasó la determinación de uno de los enviados de Donald Trump, quien abandonó el país al advertir que Argentina había permitido la entrada como asistente a la ceremonia, de un funcionario venezolano chavista con captura recomendada en los EE.UU.
   Los dos discursos del flamante Presidente de todos los argentinos sonaron como pronunciados por distintas personas, ya que por la mañana apeló a la formalidad de la circunstancia en el Parlamento y a la tarde frente a la multitud de simpatizantes y de la nutrida militancia, fueron palabras guerreras, acusadoras, reivindicativas y perfectamente estudiadas por tratarse de la primera barricada erigida para defenderse atacando, con el inevitable componente del fraseo tradicional que es el prólogo de las promesas y expresiones de anhelo.
   Así y todo y dentro de ese estilo, sobresalió un histérico costado del kirchnerismo cuando su personaje estelar habló de país “desvastado” (SIC) y de tierra arrasada, dejando en algunos la duda de evaluar si lo que formulaba era una acusación o una confesión de desaciertos.
   Seguramente que el merecido jolgorio y la celebración se extendieron hasta la madrugada, continuada en los bares y en la misma plaza al igual que en el Obelisco y en otros lugares icónicos de la Reina del Plata.
   Ya pasó la fiesta, los ánimos enardecidos habrá que transformarlos en energía creativa y laboral para alcanzar eso de volver a ponernos de pie y para llamar a la cordura a los infaltables delirantes que vienen prometiendo venganzas, pases de facturas, “domesticación” de la Justicia y modificaciones a las leyes para acomodarlas a propios intereses y respetuoso sería que olvidaran eso de “no pagar la deuda” porque lo venimos haciendo desde antes del ’45 del siglo pasado.
   A la jornada de por sí histórica se la puede calificar de la mejor manera o buscarle defectos y aspectos negativos, pero sería de poco patriotismo negar que contra ciertos pronósticos agoreros, fue una verdadera fiesta que bien pudiera ser tomada -salvo por alguna actitud aislada y desafortunada- como un paso inicial en la obligación que todos tenemos de contribuir al  imprescindible reencuentro de los argentinos, sin grietas que nos separen y con un objetivo de grandeza que nos una no tan sólo por nosotros sino por nuestros hijos y por la sociedad que lo reclama y necesita.
   Fue, en síntesis, una fiesta de la Democracia, de esa misma y maravillosa Democracia recuperada en 1983 después de los tiempos del desprecio y los años de plomo y que fuera luego vapuleada y ofendida por quienes se creyeron más importantes que la Patria misma.
   Es emocionante y conmovedor reverdecer la historia y darnos cuenta con enorme orgullo y alegría, que pese a sostenerse muchas veces con muletas, la Democracia que mantenemos en pié será lo que nos salve a todos.

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