QUE EL
ESTRÉPITO DE UNA MARCHA
SILENCIOSA
DESPIERTE A LA SEÑORA
DE LOS OJOS VENDADOS
El
artero cachetazo de una sinrazón vestida de azul y legalidad ha vuelto a
castigar a los cordobeses, a injuriarnos con desprecio; a ofendernos como
sociedad enarbolando su falsa bandera de autoritarismo por una parte y de
malicia sin límites a la hora de protegernos como sociedad y amparar a nuestros
hijos.
Y en
nombre de una ley que muchos de sus integrantes se cansan de atropellar, herir
y ultrajar salen a las calles que la propia ineptitud transformó en invivibles,
para soltar los monstruos de su prepotencia amparada por la indignidad de lucir
uniformes que no merecen vestir y matar a mansalva para después cubrir sus
desatinos con acciones contra indefensas víctimas que ni las bestias serían
capaces de perpetrar.
Nada
queda por hacer de la vida joven de Valentino Blas truncada por esas balas
habituadas a la impunidad, más que rogar por la resignación de su familia; de
sus afectos, de los amigos, de quienes coincidían en considerarlo una buena persona
cargada de expectativas y plena de horizontes.
Frente a un poder ciclotímico remiso a la práctica de cirugía mayor en
una fuerza de concepto en caída libre, es difícil hacerse escuchar ni siquiera
frente a tantos casos de justicia “pos mortem” cada vez que fue necesario que
alguien muriera para que desde el gobierno del “cordobesismo” se reiterara su
costumbre del remiendo, en lugar de la limpieza profunda, por darle mayor
importancia al imperio de compromisos políticos y pagos de militancia.
Esta
tarde y pese a lo penoso del motivo, es para que la muchedumbre decente, con
sus mudas pancartas de silencio y de congoja, le hagan entender a la Justicia
que alguna vez se tienen que terminar las puertas giratorias y que el respeto
por la vida y los bienes impone amparar más a las víctimas que a los
delincuentes, así estén disfrazados de servidores de la ley.
Y
que el mutismo de los precomicialmente vocingleros -maldito hermano de la
indiferencia- se agrava por la ausencia
de los gobernantes en momentos en que su comunidad, el buen sentido y el
respeto necesitan que den la cara también en circunstancias aciagas.
Es
lo menos que merece el destino aferrado a la memoria de ese muchacho casi niño
que tuvo la desgracia de morir a manos de quienes debieran haberlo protegido.
Y
para ellos, los desalmados criminales, por si intentaran recorrer el habitual y
previsible camino de la hipocresía, que les cabe la sentencia de Voltaire
cuando sostuvo que “Los hombres jamás sienten remordimiento de aquello que
tienen costumbre de hacer”.
G.F.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Su comentario será valorado