7 de junio de 2021

¡Feliz Día del Periodista!

BIEN VALE  ALGUNAS VECES
CONVOCAR A LA NOSTALGIA

   Malcolm Forbes no era tonto para pensar y tiempo atrás sostuvo que “La jubilación mata más gente que el trabajo”. Como me encantan los manjares, el buen vino, viajar y esquivarle a las penurias, no me jubilé de mi vocación y he seguido firme en su ejercicio, para llegar a cumplir 63 años ininterrumpidos en el periodismo que para mí no es una obligación laboral sino una pasión, una adicción, un saludable vicio.
   Ni me acuerdo por cuántas redacciones de diarios, revistas, radios, noticieros de cine y estudios de canales de televisión he pasado en distintos tramos de mi vida con una curiosa simultaneidad, que a la hora de hacer números, suman una exageración que no es para Guinnes, sino mía: 112 años efectivos.
   No se trata de un acontecimiento social ni es para tapa de diarios, recibir distinciones, reconocimientos, estatuillas, ser ciudadano ilustre o que me envíen almidonados saludos protocolares.
   Los que abrazamos esta profesión, sin dudas la más invadida del universo, sabemos que nuestra lucha es hacia fuera y hacia adentro, contra los oportunistas, los paracaidistas, los improvisados y los avivados de siempre que se cuelgan de una ideología, de un personaje o de una promesa; pontifican aquí y allá, a los cuatro vientos, juegan a que son comunicadores impolutos y por su militancia política, más que por la profesión, reciben jugosos beneficios.
   Puede que para ellos sea divertido, que les permita facturar y socializar mejor que si fueran carpinteros, talabarteros o taxistas -solo por citar casos distintos- pero cuando desnudan su liviandad de conceptos o el compromiso es solo parcial, interesado y sectorizado, es cuando quedan al descubierto los intrusos a los que anteriormente me refería.
   Lo festejé simbólicamente, sin ceremonias, misas de acción de gracias ni nada parecido, sino renovando el cotidiano y rutinario placer de trabajar.
   Todavía tengo amigos de fierro y colegas a los que admiro y frecuento, porque quiero seguir aprendiendo y lo mejor fue celebrarlo evocando momentos, mirando fotos amarillentas, trayendo al alma instantes únicos, recordando a los afectos que me acompañaron y me acompañan: a mi familia que le tocó sufrir las persecuciones que me agobiaron, las presiones, las amenazas y los malos ratos y de no ser por ellos, probablemente hubieran tambaleado mis convicciones y al primer traspié hubiera cedido al retiro que era como abandonar el ring estando lúcido aunque golpeado.
   Debo ser agradecido con los que me enseñaron, cuando el periodismo se ejercía por vocación propia y elección patronal y no había aulas para cultivarse y aprender y no me apena ni avergüenza confesar que mi universidad fue la calle. Aprendí de las angustias, conocer el mundo, acercarme al horror, vivir instancias mágicas, llorar a escondidas y ser feliz con la sencillez de un abrazo, de una caricia o de un oportuno consejo.
   Porque pese a los contratiempos, al sufrimiento, a la marginación laboral de algunos sectores, cada uno de nosotros tiene el mejor antídoto contra eso, que es sentirse libre y con la certeza de saberse útil.
   Solo esto quería decirles, como una confesión de vida, que en casi 63 años de trabajo me colmó de sorpresas.
   En este mundo, aquí donde nadie regala nada salvo que sea un despreciable demagogo, no existe placer mayor que seguir trabajando; no abandonar lo alcanzado, porque la meta está siempre enfrente de nosotros.
   Y los malos momentos, la indiferencia y las traiciones, en lugar de amontonarlos para que te hagan daño, hay que seguir el dictado de Roberto Stevenson, quien tuvo la genialidad de decir “Mi memoria es magnífica para olvidar”.
   A mi edad y con tantos años de periodismo sobre mis hombros y dentro del alma, no es necesario tocarle el timbre a la nostalgia.
   Esa dama sensual e imprescindible, tiene siempre sus puertas abiertas.
   Entrar a visitarla es siempre una delicia
   Y para mis colegas auténticos, amigos o no, ¡feliz día…!
Gonio Ferrari
 

 

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