Este jueves comienza a rodar la pelota en el
más bello y competitivo de los deportes que es el fútbol mundial, en tierras de
nuestros progresistas aunque contestatarios hermanos brasileños.
Y allá vamos con la creatividad y los lujos
de Messi, la fuerza de Mascherano, la definición del Kun Agüero, la velocidad
de De María, la pachorra de Sabella y las ganas de todos los que quieren
levantar y besar la copa de oro en tierras del histórico adversario.
A esa actitud del equipo, a ese hambre de
gloria, le sumemos nuestro fervor, los ruegos y la pasión de seguir el torneo
como si estuviéramos junto a la línea de cal gritando desaforados el contenido,
ruidoso y argentino entusiasmo celeste y blanco.
Así las cosas, no se advierte en la gente -hasta
ahora- ese espíritu mundialista que nos caracterizara en anteriores ediciones,
a lo mejor porque existen otros motivos acuciantes que demandan nuestra
atención y preocupación como ciudadanos.
Incluso los comerciantes han lanzado una
andanada de promociones con descuentos y otras ventajas, con tal de estimular
las ventas venidas a menos, consecuencia de los aumentos de precios no siempre
justificados, por la maligna aplicación de esa perversa costumbre nacional que
es el “por las dudas”.
Desde aquella poco afortunada intervención
del seleccionador y orientador técnico-táctico vinculando unilateralmente por
su cuenta al representativo argentino con el gobierno central, parece que la recóndita
militancia de Sabella se hubiera sosegado y todo su esfuerzo
intelectual-futbolístico está puesto en lo exclusivamente deportivo.
Una buena señal, si tomamos en cuenta que la
diversidad de opiniones ideológicas no tiene por qué mezclarse con una
diversión; con un juego como lo es el fútbol.
Porque si hay un aprovechamiento político de
una eventual victoria, bueno sería que en la misma medida se hiciera cargo,
también el gobierno, de un posible e indeseado fracaso.
Lo que marca la historia, lamentablemente,
es que siempre hay conflictos y disputas por la paternidad del éxito, pero las
derrotas inexorablemente son huérfanas.
Gonio Ferrari
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